No escribo para sanar. Escribo para abrir la herida con más elegancia.

Habito entre grietas que otros llaman locura, y allí, en ese rincón donde los espejos ya no devuelven reflejos sino secretos, nacen mis palabras. Me atrae lo que cruje, lo que sangra sin razón, lo que ríe con la boca llena de tierra. Amo el terror no por sus gritos, sino por su silencio después del grito. Allí, en ese eco, florece mi voz.

Me alimento de ironía y me abrigas las noches con humor negro. No el gracioso, sino el que duele; el que saca carcajadas como quien arranca una costra. El sardonismo es mi lengua materna, y lo grotesco mi amante más fiel. Mis personajes no buscan redención: buscan venganza, olvido, o simplemente una última carcajada antes del colapso.

No temo a los monstruos. Yo los invento. Les doy nombre, cuerpo y una historia que los haga dignos de existir en mis abismos. Escribo con la tinta que otros tiran, con la sombra que otros niegan, y con las voces que a muchos les quitaron el sueño... a mí, en cambio, me arrullan.

Si alguna vez encuentras belleza en mis historias, probablemente esté podrida. Y si ríes... asegúrate de que no sea tu propia alma la que se burla desde adentro.