Es un poco inusual que yo escriba este tipo de mensajes, porque no lo suelo hacer. Sin embargo, y con todo el dolor que en este momento cargo en mi corazón, quiero compartir con ustedes una reflexión que he podido obtener estos últimos días:
La vida es prestada, la vida es un ratico... muy poco nos sentamos a pensar lo afortunados que somos de vivir, de sentir, de experimentar ese remolino de emociones. No gozamos de nuestro día a día, porque nos fijamos en los defectos, y no en lo que verdaderamente se debe uno fijar.
Hace unos meses me encontraba con mi abuela paterna, preparando uno de los postres que ella solía preparar cuando yo era niña, solo que esta vez le daba el orgullo de verme prepararlo porque soy esa hija/nieta que detesta entrar en la cocina. Hoy día... me encuentro con la expectativa de qué pasará con su vida. Para mi Dios, en este momento no tiene la culpa con todo lo que anda ocurriendo... de hecho mi abu fue muy afortunada y bendecida por haberse salvado de haber muerto bajo manos del covid, pero, cuando eres una persona necia que no sigue al pie de la letra los cuidados en casa, tu salud decae. Dios da las segundas, terceras, quizá milesimas oportunidades, pero cuando te gana la soberbia, la vida cambia...
Ayer en la capilla de la clínica, y por primera vez en dos años, me arrodillé a pedir con todas mis fuerzas a Dios, que la ayudara, que yo como nieta aceptaba su voluntad... en ese momento resonó en mi cabeza, las palabras que un sacerdote me dijo: Amar, también es dejar ir. Soltar, es amar.
Ella fue esa abuela que me enseño mucho, que me leía la biblia todas las noches porque yo se lo pedía con ojitos de cordero, fue esa abuela que me enseño a hacerme trenzas, por quien tengo el amor al maquillaje... agradezco por esto, y por más.
A ustedes les digo: amen, rían, sueñen, reconcilience así sea en silencio, besen, abracen... porque en cualquier momento, la vela se apaga.
Les amo.
Lau.