Correr.

Corriendo mientras llueve; seguí corriendo sin cesar hasta que me volví masoquista de los callos, y no solo de las heridas, de resilientes sueños, ideales, que me arrastran a levantarme un día más, 
pero luego se me olvida y regreso a correr sin razón como los demás.

Cuando llego y no parece estar, está; no hay nada en mi habitación,
se siente, es frio y polvoso, no lo veo, pero sé que está allí, me paro en puntillas y lo escucho, sus brazos rozan la madera de las sillas y al agachar la cabeza, pasar por la puerta del comedor, correr para que no le vea cuando me despisto de no mirarlo, él no quiere que lo vea, pero yo tampoco quiero verlo.

En días de lluvia es más activo, sabe que no lo escucho, pero aun así sé que se mueve, mi cuarto no está como debe al levantarme y cuando duermo una vez más solo fantaseo con la forma de sus sonidos, las brisas caen como pisadas y pisadas y más pisadas nunca habla !y que me alegra!, no creo poder ignorarlo si me dirige así sea un suspiro... volteado; varias veces me he resignado  que es lo mejor parar aquí, pero tiene tanto sentido como continuar, así que nunca dejo que me ganen la carrera y mejor corro a ver a la gente, esa que brilla y no escucha pasos ni las ganancias del día; yo en cambio tengo que vivir mirando  ventanas vacías, pasillos y gente durmiendo, al final del día no duermes pero te sientes seguro. Ha pasado tanto que ya me es divertido, que mis ideas dejaron de hilarse, que ya no siento la adrenalina de llorar y me deja seguir corriendo.