¿Jade? ¿Jade? ¿Jade?

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Donde Tori no para de hablar.

._.

A pesar de que ella estaba lejos de ser afectada, al menos directamente hablando, no pudo tranquilizarse hasta estar segura de que los medicamentos hayan cumplido con su misión de disminuir el dolor.

—¿Jade?

Escuchó un murmuro proveniente de la cabellera castaña sobre sus muslos. Una luz de esperanza, al darse cuenta de que podía pronunciar palabras fluidamente (bueno, "palabras", en plural, es demasiado optimista), empezó a surgir.

—¿Sí, Tori? —Envolvió uno de sus mechones alrededor de su índice, quedó un pequeño pero destacable rizo al dejarlo libre después.

—Duele —sollozó, su voz quebrándose en el proceso. Y Jade pudo jurar que no había sentido su corazón (porque sí tiene uno) tan afligido desde que murió su conejo cuando tenía siete años.

—Lo sé —respondió con suaves masajes circulares en el cuero cabelludo—. Lo siento.

Resulta que, al igual que la Vega mayor, Tori también tuvo que pasar por el sufrimiento provocado por la extracción de las muelas del juicio. Sin embargo, y como ya se habrán dado cuenta, a diferencia de Trina, la menor supo controlar mejor sus quejas: no pelear contra sus cuidadores sería el perfecto ejemplo. Pero a pesar de no lanzar gemidos prolongados ni gritar lo mucho que significaba cargar con un tormento así (no como la otra odiosa chica, recordemos), la empatía de la gótica llegó a niveles que jamás pensó alcanzar; incluso cuando ya pasaron días desde la cirugía, implícitamente significando la reducción de la pena de forma paulatina, no dudaría en, por lo menos, compartir o adueñarse del calvario si con eso lograba que la castaña se sintiera mejor. Es evidente el hecho de que su persona favorita en el mundo sea la adolorida tiene mucho que ver.

Hincó los codos sobre el colchón para tomar impulso y acomodarse frente a Jade. Sus ojos se cerraban y se abrían, dejando un intervalo de un segundo entre cada acción. Sus labios agrietados y pálidos demostraban lo secos que estos se hallaban y fácilmente podría pasar por el antónimo absoluto de peinada.

—¿Las pastillas ya hicieron efecto, Jade? —preguntó.

Soltó un resoplido divertido.

—No lo sé, tú dime.

Parece que se lo tomó literal, porque de inmediato comenzó a acariciar el lado izquierdo de su propia mandíbula, para luego pasar a hacer lo mismo al otro costado.

—Aún duele —respondió entre dientes, echándose sobre el pecho de su novia.

En una muestra de apoyo silencioso, plantó un beso en su frente.

Al escuchar, rato después, unos suaves ronquidos que iban y venían de la figura a su lado, y confirmar su primera teoría notando cómo los párpados de la mitad latina ya estaban cerrados, tomó el libro de la mesilla de noche; todo sus esfuerzos destinados a ejecutar los movimientos menos bruscos posibles.

—¿Jade? —pronunció con los típicos ojitos de cachorrito, a los cuales Jade no podría ser inmune (por más que quisiera) ni en esta ni en ninguna otra situación.

—¿Sí?

—¿Qué lees? —realizó un vano esfuerzo al intentar ubicar el título.

—Detrás de la Máscara del Asesino.

Murmuró en respuesta.

—¿De qué trata?

—Es un análisis a la cinematografía de Mario Bava.

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