Es simple, uno puede llegar a sentir atracción física, mental, emocional o simplemente sentir atracción de la nada.
Soy del gran grupo y de la típica historia que existe en este mundo. Soy de aquellos, que están enamorados de una chica y que se conforman con verla mientras pasan frente al arbusto en donde se esconden. Bueno, tal vez no de esos, pero sí de aquellos que están enamorados de una chica y no saben si esa chica está enamorado de ti. Uno cree que jamás se va a enamorar, pero aquella realidad, nos llega a todos. Por más duro que te creas, por más solitario que parezcas, siempre tendrás que apaciguar tu corazón por estar pensando en una compañera. Traté muchas veces de arrancar de mí ser aquel “raro” sentimiento (para mí), aunque todos fueron inútiles esfuerzos. Comprendía perfectamente que era por la adolescencia, por la fluidez delas hormonas y todo eso, pero ya estaba cansado, cansado de luchar conmigo mismo. Me vi tan vulnerable y tan indefenso, que sólo una palabra de su boca, me hacía volar. No muchas cosas me hacían sentir así, pero su voz, era una de ellas. Quería escapar, irme a otro mundo, porque ya conocía muy bien el mundo imaginario que había hecho especialmente para ella. Me encontraba en un dilema; por un lado, mi exótica experiencia, me dio a conocer que el decir a una persona que le gustas es el segundo error que el hombre puede hacer, el primero es vivir sin haber descubierto tu propósito; y por el otro lado, odiaba incansablemente escuchar a aquella vocecilla con la que peleaba día tras día por el simple hecho de no decirle que me gustaba. Era consiente, tenía muy poca edad para estar con esas cosas, también tenía muy en claro que el único motivo para que una persona tenga una pareja es el matrimonio… y en la etapa de adolescencia, los sentimientos son tan inestables, que hoy dices una promesa y mañana crees haberla cumplido. Por eso, por ser adolescente, temía decir a alguien que me gustaba, porque creía que se me iría a pasar, pero no pasó, según yo:
Mi vida no es tan complicada, no tengo ningún problema, soy un chico aparentemente tranquilo hasta que entro en confianza. Aunque como adolescente, me diferencio un poco del resto, mi prioridad no era o supuestamente es, una enamorada. Siempre supe que en la vida, el Ser Omnipotente te da un propósito, uno muy bello, con el que uno lidia diariamente, algunos lo encuentran, otros mueren sin ni siquiera intentar buscarlo. Por aquellas razones e incluso muchas, espirituales para ser específico, no creía conveniente tener una enamorada. Mi única quimera siempre fue sentir atracción por “ella”.
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Buscaba deliberadamente una persona que me diera la hora. Pregunté por aquí y pregunté por allá. Cinco y media me dijo una señorita que no me detuve a apreciar. Corrí lo más que pude para llegar al colegio. En él, se realizaría una reunión de adolescentes. Al llegar, la reunión ya había empezado. Era un salón muy grande, con piso de loseta, muchas sillas ordenadas en forma de círculo, dos círculos para ser claros, uno alrededor del otro; gran parte de ellas ya estaban siendo ocupadas. Me senté un poco perdido en el segundo círculo de sillas, pues era la primera vez que estaba allí, aunque todos eran del colegio, no conocía a casi nadie. De forma espontánea, Camus, el único amigo de mi colegio, se sentó a mi lado y me saludó sanguíneamente. Traía puesto su clásico chullo de rayas negras y marrones. Su polera color rojo pálido, su pantalón beige y unas converse. Me daba mucha gracia su nombre, a veces creía que era un apodo o que sus padres eran muy fanáticos de la serie de donde sacaron su nombre.