Un deseo de Navidad

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En el ambiente rondaba el aroma de las galletas recién horneadas. Loki, con el codo apoyado en la barra de la cocina, observaba cómo su mejor amigo se afanaba en la tarea del horneado. Cada año Tony se empeñaba en mejorar lo que había llamado la misión de cada Navidad, es decir, comer tantas galletas como pudiera. No hacía mucho que dijo que, para no depender de nadie, aprendería a hacerlas y ahí estaba. Loki no podía quejarse porque le quedaban deliciosas y, probablemente, era lo único que su amigo sabía cocinar.

—¡No toques! —Tony le dio un manotazo justo cuando estaba por llevarse una de las galletas de la bandeja—. Acaban de salir y están calientes.

—No me quemaré.

—Te harán daño.

—Patrañas.

—Igual, espera.

Loki rodó los ojos y prefirió darle un sorbo al té que tenía delante. Observó a su alrededor y frunció la nariz, en esa cocina, como en toda la casa, ya era Navidad. Adornos por doquier, luces aquí y allá también, muérdago colgando de los marcos de las puertas. Incluso el mandil que Tony tenía motivos navideños. No estaba seguro de cómo o por qué, Tony, el amargado, gustaba tanto de la Navidad.

—¿Para qué me llamaste? —preguntó Loki mirando su reloj de pulsera.

—Quería saber si vas a ayudarme este año con la cena anual de la fundación de mi madre.

—¿Vas a pagarme?

Tony levantó una ceja e hizo como que no lo había escuchado, mientras cortaba la masa de galleta con un molde con forma de árbol de Navidad.

—Con mi compañía, que vale oro —dijo al fin.

—Esa la tengo todos los días quiera o no —replicó Loki—. Sabes que te ayudaré, siempre lo hago, no sé a qué viene ahora la pregunta.

—Bueno... —Tony colocó las galletas en la bandeja y detuvo su quehacer por un momento—, también quería saber cómo estabas. Sé que entre más cerca estamos de Navidad más triste...

—Estoy bien —acotó Loki—. Mejor di que me llamaste para que llevara a Peter a la escuela, porque tú estás horneando y tu marido... ¿dónde está tu marido?

Tony iba a contestar, pero no fue necesario, justo en ese momento, la puerta de la cocina se abrió y entró Steve, con nieve en el gorro y la chamarra, el rostro algo rojo y una botella de agua en las manos.

—Buenos días, Loki —dijo al tiempo que se quitaba la ropa abrigadora.

—Buenos —contesto éste y luego vio, lo que siempre veía cuando iba a esa casa.

Steve se acercó a Tony y le abrazó por la espalda.

—Mmmh, huele muy rico —dijo al darle un beso en el cuello, y con ello hizo reír a Tony.

—Son de jengibre —respondió éste último.

—Me refiero a ti.

Tony rió tontamente y se giró entre los brazos de su esposo para besarlo. Loki desvió la vista y esperó a que pararan con sus melosidades.

—Tienes las mejillas frías —escuchó que decía Tony —, te he dicho que no salgas a correr en invierno.

—Aun no hace tanto frío, ni tanta nieve, tengo que aprovechar —respondió Steve.

—¿Quieres una galleta?

—Sí.

Loki volteó a verlos justo cuando Tony le daba a morder una de las galletas que él había querido probar apenas unos segundos antes. Mira que era descarado ese amigo suyo.

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