La elección de Umoanjah Useshen

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Entre rascacielos de cubiertas ajardinadas y paredes de vidrio, el aerodeslizador se detuvo en el número 7 de la calle Green, sus paneles fotovoltaicos brillando bajo los rayos del sol; la joven que salió de él era larguirucha y desgarbada, con la mirada insegura de un cervatillo temeroso.

Cuando entró en el estudio, Useshen se adelantó a ella con los brazos abiertos, radiante como el traje de lino blanco que llevaba puesto.

—¡Bienvenida, florecilla, tú debes ser...! —El joven diseñador de estilo se detuvo y tragó la exclamación de horror que estaba a punto de salir de sus labios en cuanto la vio más de cerca.

La chica vestía una blusa de fibra de yute demasiado larga y demasiado gastada, haciendola parecer un tallo seco; los jeans de lino gris, las sandalias de bambú y la falta de accesorios no hacían sino darle una apariencia más sosa ante la vista de Useshen, cuyo ojo crítico estaba a punto de quedarse ciego ante lo que consideraba un desastre natural del buen gusto en pleno siglo XXII.

Al verla incómoda bajo su escrutinio, el diseñador forzó una sonrisa.

—Sunny, ¿verdad? Mi asistente me ha hablado de ti, es un... —Titubeó antes continuar—. Es interesante conocerte.

La joven balbuceó que se había equivocado de lugar, tratando de escabullirse de regreso a la entrada, pero Useshen se lo impidió.

—¡Oi, pero qué dices, querida! ¡Estás en el lugar correcto con el magnífico Umoanjah Useshen!

Con una mano en su espalda la guió suavemente a través del amplio estudio, esquivando las macetas con petunias coloridas que colgaban del techo cada pocos metros y los maniquíes robotizados que se movían en distintas poses. Su visitante miraba de un lado a otro con una cautela que dio paso a la curiosidad.

—Me han dicho que deseas ayuda para cambiar de estilo, el toque de un hada madrina para comenzar a brillar. ¡No te preocupes! Has elegido a la persona ideal para ello.

—Bueno, en realidad sólo quería renovar mi guardarropa... —explicó ella con una media sonrisa tímida que a Useshen le pareció adorable.

—Eso es demasiado simple, querida Sunny, un desperdicio de mi talento —replicó el diseñador con grandes aspavimentos que hicieron reír a Sunny—. Mi trabajo es ayudarte a expresar la belleza interior que tan celosamente guardas.

Con un chasquido de sus dedos los maniquíes se movieron hacia Useshen y Sunny, zumbando alegremente con sus motores hidraúlicos. Eran un arcoiris de tonos verdes, marrones y grises, telas de fibras recicladas y naturales.

Useshen notó que uno de ellos captó la atención de la chica y lo detuvo para que ella apreciara mejor el modelo de volantes blancos que fluía con ligereza tras el movimiento del maniquíe.

Le atrajo la expresión de infinita admiración que el rostro de la chica dejaba traslucir, tan pura y anhelante, abierta como una flor ante el astro sol. Por un momento fugaz, el corazón de Useshen se detuvo al verla: un sentimiento que lo sorprendió gratamente.

—¿Te has enamorado de esta preciosura? Es un vestido Dôen Tarragon del año 2020 —soltó una carcajada al verla jadear—. Lo sé, tiene casi doscientos años, pero ha sido cuidadosamente restaurado como una herencia familiar y algún día elegiré a una modelo afortunada para que lo luzca.

—Es tan hermoso, como un abierto día de verano —dijo Sunny con voz queda, sus manos moviéndose tentativamente hacia la tela, y a Useshen le gustó su elección de palabras.

—Más que perfecto es histórico, querida. Este vestido corte A de tela de ramio fue parte de lo que se conocía como moda sostenible, ¡la antecesora y base de la filosofía de diseño natural que rige nuestro vestir hoy día!

Sunny se quedó impresionada.

—Eres en verdad un experto en la materia, ¿no?

Mientras ella seguía admirando la prenda, Useshen la vio con mayor detalle. Aunque su apariencia no era lo mejor en cuanto a estética, tenía la piel limpia y un aroma suave; debajo de la primera impresión desfavorable, Useshen vio a una mujer curiosa, adaptable y soñadora como él mismo. Inocente y bonita como una gerbera. Un diamante que deseaba pulir para que brillara como el sol.

De improviso la tomó por los hombro, girándola para que estuviera frente a él y hacer que lo viera a los ojos.

—Sunny, eres única y especial... Déjame mostrártelo con mi talento —le dijo Useshen con suma seriedad, como si estuviera haciendo un juramento a las fuerzas de la naturaleza.

Ni hombre ni mujer jamás le provocaron las sensaciones que Sunny con su corta presencia. Por eso, con gran gozo, Umoanjah Useshen eligió a su musa eterna.

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