En el muelle, sentada viendo como la vida se me escapaba de las manos. Necesitaba desesperadamente un momento de tranquilidad, necesitaba aquel momento de felicidad que había esperado por mucho tiempo. En tantos cuentos te enseñan que después de la tormenta sale el sol, que las heridas cicatrizan, pero, ¿Por qué las mías siguen todas abiertas? ¿Por qué a pesar de que los días sean coloridos, para mis son tan grises? Siento que cada persona que he conocido, se ha ido poco a poco lejos de mi y que solo han dejado el amargo sabor de la soledad.
En una mañana de otoño
Salí de casa con la mochila colgada sobre mi hombro izquierdo, cargando todo el peso que luego provocaría dolores.
A través del camino de piedras, observé como los vecinos que regaban las plantas a temprana hora o que llevaban a sus hijos a clase; me saludaban con amabilidad y pronunciaban mi nombre alegremente. Solo le devolví el saludo a unos pocos, pues tenía un poco de prisa, o simplemente me incomodaba tanta atención.
Cuando llegué al colegio mis amigos me esperaban con una sonrisa y unas cuantas carcajadas. Un día alegre.
- ¡Oye Amanda! - Dylan llamó mi atención.
- ¿Si?- cuando llegó a mi encuentro, sonreía, jadeaba y aguantaba el peso de su cuerpo en sus piernas flexionadas.
- ¿Que te parece si hoy vienes a casa?- preguntó una vez que recuperó el aliento.- Ya sabes, hacer la tarea y pasar el rato viendo películas, ¿Qué dices?- incómoda aparté la mirada.
- Lo siento, pero tengo un montón de cosas para hacer y ... - me interrumpió.
- Si, no hace falta que sigas. - volteé y observé su expresión de decepción. - Nos vemos.
Creo que la tolerancia tiene un límite y Dylan había tocado fondo. Supongo que era hora, contando esta, irían más de 20 veces que lo rechazaba, y no estoy bromeando.
Se alejó por los pasillos del colegio, no caminaba con la alegría de siempre, sino que se veía cansado, con la espalda semi encorvada y a paso lento. Un pinchazo en el pecho me declaró culpable, pero ya no quería nada con nadie, llegué a un punto en mi vida, en el que el ruido es intolerable y las personas sonriendo todo el tiempo no te contagiaban la felicidad, sino, que parecía que estaban presumiendo su alegría en frente de un rostro perdido entre un sonido y un tema, que lo único que hacía, era deprimirte.
A temprana hora ya en un día de Primavera
Con la mochila colgando de ambos lados de mis hombros, salí de casa, sin saludar a mis padres, pues estos estaban enfadados con las visibles caídas de mis notas.
Hace meses atrás, solía pensar que todo estaba destruido y que ya no lograba ver el motivo por el cuál mi corazón latía, pero a medida que el tiempo pasó, todo empeoró.
En las clases me perdía en mis pensamientos y la voz del profesor quedaba tan lejana a mis oídos, que no me di cuenta que en cada materia, estaba perdiendo puntos, notas, escritos, orales. Mis notas cayeron al suelo como en una gráfica perfectamente alineada en diagonal hacia abajo.
Con la mirada hacia el suelo, ya no escuchaba los saludos cordiales de mis vecinos, sino que en su remplazo, comenzaron los murmullos acerca de la persona en la cuál me había convertido. No quisiera compartirlos, porque algunos eran hirientes y no creo que me guste la idea de llegar a clases con los ojos rojos e hinchados.
Hoy día, hacía una tarde estupenda, el sol radiante alumbrando cada esquina de la ciudad, las nubes eran escasas y la brisa hacía balance con el calor que transmitía la estrella más grande de todas. En cambio yo, vestía un conjunto de ropa gris, jeans, blusa y saco, todo gris, incluyendo los zapatos. Claramente, hacía un perfecto ejemplo de un contraste.
Cuando llegué, busqué con la mirada a mi amiga en un montón de personas que iban de un lugar a otro, con un objetivo claro. Pronto la encontré, riendo, sentada sobre una mesa de madera redonda, con unas chicas y chicos riendo con ella.
Pensaba retirarme, pero hicimos contacto visual y corrió a mi encuentro.
- ¡Amanda! ¡Contigo quería hablar! - me sonrió felizmente.
- ¿Que sucede?
- Se que no te gustan, pero las chicas irán juntas con sus parejas y ... me gustaría ir contigo.- no hacía falta decir a que se refería.
- No, gracias.
- ¡Por favor! ¡Eres mi mejor amiga y quiero salir contigo! ¿Por que no me dejas? Además te necesito, si no voy a esta fiesta, ya no podré salir más por las pruebas y no podría ir sin compañía. Y quiero ir solo contigo y divertirnos, como antes.- su voz fue decayendo hasta balbuceos.
- No iré, no me gustan y jamás me gustarán, lo siento Lucy, pero desde un principio sabías mi respuesta. No quiero y no iré.- dicho esto, me retiré.
Un 14 de Febrero
Mientras todos los adolescentes salían a disfrutar de la eterna noche estrellada que nunca dormía, yo estaba en casa, en mi pijama, desperdiciando las vacaciones como quién tira algo inútil a la basura. ¿Aburrida? No, cansada ¿Por qué? Porque no sabía que quería, ni que estaba haciendo.
No fue de un momento para otro, tal vez no lo vi venir, pero eso no significa que la vida era la culpable, o que mis supuestos amigos no hubiesen estado ahí para mi, o que Dylan no me quisiera en verdad, o que mis padres no sepan serlos y no me hayan apoyado hasta el final. Lo que en verdad sucede, es que no puedo culpar a nadie más, yo soy la única culpable, soy la única que decidí este destino y ahora me toca enfrentarlo. Soy la única que elegí estar más sola que un “rodamundos” en el desierto.
Así que me levanté, me vestí y dejé una nota en la mesa explicándome y pidiendo disculpas a mis padres. Tomé las llaves y en el último ómnibus tan vacío como mi interior, viajé hacia la fiesta en la que estaban mis amigos. Una vez allí, después de buscarlos por infernales minutos que parecían horas, los encontré.
Pero no fue una linda sorpresa.
Dylan parecía ya haber encontrado pareja, con una chica mil veces mas bonita que yo y no era cualquier chica, aquella era especial, de cabellos ondulados a la perfección, ojos marrones hipnotizantes y dientes como perlas. Aquella chica tan linda, era mi mejor amiga.
Desesperada, con mi corazón latiendo al ritmo de un tambor, con mis lágrimas saliendo a mares, corrí y corrí sin rumbo alguno, deseando que el dolor parara, que mi mente dejara de culparme, pero al final de todo, terminé en el mismo muelle en el que empecé.
Me abracé a mis piernas observando la luna reflejarse en la clara y oscura agua del océano. Me sentía tan inútil, tan estúpida, ¿Por qué cuando tuve la oportunidad no la aproveché? ¿Por qué no apreciamos lo que tenemos hasta que lo perdemos? ¿Por qué los humanos necesitamos de otros para complementarnos? ¿Por qué es que quiero llorar y esta opresión en mi pecho me impide respirar? ¿Por qué me siento más sola que nadie en este mundo? ¿Por qué estoy acá sentada en vez de levantarme y arreglar todo?
Por un simple hecho, no supe valorar lo que tenía y ahora, ya es demasiado tarde.
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Demasiado Tarde
Ficção AdolescenteCuando al fin te das cuenta de todo, es cuando es demasiado tarde.