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Mirando su reloj pensé en tomar un café para matar el tiempo, llegaba demasiado temprano para considerarme previsor y no obsesivo. Me dirigí hacía una cafetería que había visto en el camino.

Me pedí un café helado, para combatir el caluroso día que hacía, y me senté en una de las mesas redondas. Con el primer sorbo supe que iba a volver a esa cafetería, y con el último supe que ese día la suerte no me acompañaba.

Como si de una prominencia se tratara me quité la americana que llevaba y la colgué en la silla contigua. Segundos más tarde un café ardiendo me caía encima. 

Apreté los labios para no dejar escapar un grito de dolor y sufrí en silencio. Miré mi camisa azul y me resistí a soltar un gruñido de molestia. La había comprado con el único propósito de usarla en momentos esenciales porque había leído que el color azul inspiraba confianza.

Subí la mirada para encontrarme con el culpable de mi desdicha mientras musitaba un silencioso "maldito idiota". Un hombre me miraba aparentemente apenado y agarraba unas servilletas de la mesa de al lado para enmendar su error.

– Vaya, lo siento mucho, ¿estás bien? –preguntó mientras acercaba su mano para secar mi camisa. Con rápidos reflejos tuve tiempo a pararlo, odiaba cuando me tocaban libremente. El hombre dejó entrever un deje de confusión que rápidamente fue apagado con una sonrisa algo apenada.

Repentinamente mi enfado se vio aplacado por una sensación de tranquilidad, tenía una sonrisa muy agradable. Todo en el parecía ser agradable. Mi enfado volvió con más intensidad ante ese pensamiento. 

– Perfectamente, estaba deseando que alguien me tirara un café por encima –dije irónicamente, y el desconocido pensando que bromeaba soltó una pequeña risa. Lo fulminé con la mirada y aproveché para mirarlo bien.

Era alto, más que yo cosa que intensificó mi desagrado, y a ojos realistas, realmente atractivo. Tenía el pelo anaranjado, y la piel blanca como la leche, llenada de pequeñas pecas, que lo hacían ver como motas de pintura en una escultura de mármol griega. Me enorgullecía de mi físico, pero ante él me sentí enfeecer (si esa palabra si quiera existía). 

– De verdad que lo siento, venga deja que te invité al café como disculpa –reintentó el pelirrojo para arreglar la situación ahora con una sonrisa más ancha. 

– No, olvídalo –dije en un intento de que me dejara en paz notando como mi molestia no hacía más que aumentar. ¿Ahora como iría así a la entrevista? Quedaban apenas minutos para la hora citada, no tenía tiempo a irme a cambiar a casa. Pero, presentarse de esta manera era un riesgo. Un riesgo que no había calculado. Quizá si me ponía la chaqueta la mancha se ocultaría...

– De verdad, qu-

– He dicho que lo olvides, ¿o es que eres tan idiota que no me entiendes? –bramé finalmente mientras me levantaba y mee ponía la chaqueta. El pelirrojo no pareció intimidarse ante mi enfado, al contrarió rió. 

– Mira, ¡pero si la mancha ni se ve! –dijo bromeando. Ahí pensé, o bien no sabía leer la situación o le daba completamente igual mi enfado. Sin querer averiguar cual de las dos era, recogí las pocas cosas que aún quedaban en la mesa y pasé por su lado para salir del establecimiento. Antes de que cerrara la puerta a su espalda, alcancé a escuchar un "¡Nos vemos, amigo!". Bufé.

Realmente esperaba no volver a verlo jamás. Pero como el mundo parecía tener algo en mi contra ese día, me lo encontraría otra vez media hora más tarde. Y a partir de ese momento me lo seguiría encontrando cada día laboral.

Finalmente entré en el edificio de mi, estaba convencido de qué, futuro lugar de trabajo. Era inmenso en amplitud, tenía solamente un par de pisos de altura pero su largura lo compensaba en creces. Mientras acudía a recepción me aseguré de que la mancha no se viera.

No quería perder por nada del mundo esa oportunidad de trabajo, Felicity Company era una de las empresas más importantes en el momento. Se dedicaba a la organización de eventos de todo tipo. Yo estaba más interesado en los de carácter corporativo y justo para ese departamento ofrecían puestos de trabajo.

Encontrar la vacante casi había sido casualidad, de hecho andaba mirando ofertas en otras empresas de la competencia, cuándo había visto el anuncio. Había cancelado todas las otras entrevistas que tenía de lo convencido que estaba de que iba a lograrlo. Era plenamente consciente de mis capacidades.

– Perdone, vengo a la entrevista de trabajo –dije en la recepción, el señor que había me indicó que me sentará en unos sillones que había a pocos metros y que ya nos irían llamando.

Comparando con los demás candidatos, estaba tranquilo, sin preocupaciones o nerviosismos. Al fin y al cabo, lo que querían era a alguien seguro de si mismo. Noté como los demás se secaban las manos sudorosas en los pantalones. Mis manos estaban frías, heladas.

Me llamaron al poco rato, y como sabía que haría, bordé la entrevista. Respondí con seguridad y certeza cada pregunta y me aseguré de causar una buena impresión. Me consideraba muy bueno en eso de causar una buena impresión cuándo quería.

Dirigiéndome fuera del edificio, me encontró de frente con tres hombres que entraban sin prestarme atención. Pensé que el mundo debía estar haciendo una mala jugada, pero cuando crucé mirada con cierto pelirrojo sabia que realmente era él.

– Oh, vaya, el joven de antes. ¿Trabajas aquí? –preguntó el pelirrojo parándose a saludarme.

– No –contesté escuetamente queriendo dar por terminada la conversa. Indirecta que el pelirrojo no pareció tomar, pues siguió preguntado porqué me encontraba en el lugar.– Venía a una entrevista de trabajo.

– ¿De verdad? ¡Menuda casualidad! Sabes, conozco a la entrevistadora, como disculpa podría hablar con ella y-

– No será necesario –le corté bruscamente. Con el repentino silencio que se estableció, miré las cintas que colgaban de los cuellos de los tres hombres dónde se especificaba su nombre y puesto de trabajo. Tragué duro cuando leí que pertenecían al departamento corporativo y entonces añadí con una repentina sonrisa: Pero muchas gracias por el ofrecimiento, soy Noé Ortega, encantado.

El pelirrojo pareció algo descolocado, era la primera vez que me veía siendo amable y sonriendo. Viendo que se había quedado quieto como idiota, tendí mi mano hacia los acompañantes.

– Pablo Hernández, encantado –contestó el de la izquierda del pelirrojo a la vez que respondía el apretón de manos. Era atractivo, alto y musculoso, moreno de piel y pelo. Desprendí mi mano, y la tendí al segundo acompañante del pelirrojo.

– Himura –contestó este a regañadientes, no parecía muy dispuesto a socializar. También atractivo, ese debía tratarse del escuadrón de tíos buenos de la empresa pensé irónicamente.

Saliendo de su momentánea confusión, el pelirrojo respondió mi apretón y se presentó como Ansel Walkers animadamente. Claro, extranjero, cómo no. De origen inglés o irlandés, seguramente.

– Entonces, si me disculpan –empecé diciendo para lograr un fin a esa conversación. Me dejaron marchar, y con un suspiro salí del edificio, mantener mis buenas formas delante del tal Ansel había sido realmente difícil. Sólo tenía ganas de mandarlo a la mierda.

Me forcé a olvidarse del tema y días más tarde cuando recibí la llamada que anunciaba que había recibido el puesto de trabajo ni me acordaba de la letra pequeña del contrato. Simplemente estaba feliz, o todo lo feliz que podía llegar a estar, de que las cosas salieran como quería.

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¡¡Hola!!

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Espero que la leáis entera y os guste tanto como a mí!🤗

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⏰ Última actualización: Jan 13, 2022 ⏰

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