Capítulo 1

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                (...) ¿AMIGAS? (...)
 

   

       No recuerdo muy bien cuando llegó a mi vida, creo que fue tal la complicidad de ambas que llegué a pensar que siempre estuvo a mi lado, borré por completo cualquier recuerdo donde no estuviera ahí, siempre ahí, supongo que no era ella quien estaba ahí, sino yo que no dejaba de sentirla aún cuando dejaba de verla. Nos conocimos siendo niñas, no recuerdo ni mi edad, solo conozco el instante donde entró con su pelo color fuego por el aula junto a la directora, tenía la piel tan blanca que la confundí con un fantasma, y fantasma fui por tal de estar a su lado. Era de esas chicas que se roban el espectáculo solo para ellas, era tan simpática que desde el primer día ya tenía amigos en el cole, extrañamente no fui una de las primeras, me parecía muy mayor para ser mi amiga, y es que aparentaba cierta madurez a pesar de tener la misma edad que yo, e ir a la misma clase. Esa tarde llegué a mi casa y no pude dejar de pensar en la nueva de la clase, pero no como piensa una niña de cuatro años, sino como quien trama un plan maléfico para iniciar la conversación que nos hacía falta. Pasaron los días y aunque planeaba una y otra vez en como acercarme a hablarle, como mismo lo hacía con los otros, no lograba decir más allá que hola, o buenos días al entrar. La situación no podía seguir así, tenía que hablarle, era una más de la clase, sin embargo no le hablé hasta los cinco años más tarde cuando casualmente comenzó en la misma clase que yo. Seguía viéndose mayor para su edad, y la verdad al igual que las demás solo pensaba en caerle bien a los chicos, y tener novio, y es que juraría que aunque solo tenía nueve años ella sabía lo que era un novio. Mi obsesión por hablarle o conocerla se había ido un poco, y la verdad era feliz con mis amigos, era feliz, o eso pensaba, y es que a los nueve años cualquiera es feliz, sábados de helados, domingos de feria, y los lunes entrenamiento de fútbol, sí, antes entrenaba para convertirme según yo en la mejor jugadora de fútbol, solo que no a todos los padres les gusta que su hija juegue un deporte de hombres, pero juraría que jugaba mejor que muchos hombres.

    Era un martes cualquiera y estaba tranquilamente en el recreo con mis amigas de pila, cuando llegó de la nada y sin previo aviso me llamó a parte, no entendía bien, pero la misma chica a quien le había intentado hablar no sé por qué razón me pedía un favor. Esa tarde habría una prueba y ella no sabía nada, siempre tuve la fama de polilla de biblioteca, de niña aplicada, pero a su vez lejos de los libros alguien divertido si llegabas a conocerme. Casi me da un ataque cuando intentó hacer un trato conmigo, yo le decía la prueba y a cambio ella me ayudaba con Lucas,  quien según ella me gustaba, la verdad que no era cierto. Le dije que Lucas no me gustaba, como me podía gustar alguien que se come las costras de las heridas, por favor, siempre había sido muy higiénica comprendió que en ese trato yo no ganaba y se fue, aunque la verdad, nunca dije que no le ayudaría. La ayudé, sí, esa profesora de más de nueve décadas nunca descubría nuestros fraudes, creo si mal no recuerdo que se quedaba dormida hasta dictando. Tal vez esté mal de mi parte burlarme de una persona mayor, pero como olvidar las metidas de pata de Martita, con solo mencionar que un día sus espejuelos se rompieron y al día siguiente se apareció con los mismo espejuelos pegados con cinta, no podíamos mirarla sin evitar morirnos de la risa por dentro, o cuando te desaprobaba porque confundía lo que había escrito en la prueba, o cuando se quedaba en blanco, sus inmensas blusas, de esas que te fríen en verano, aún así las usaba, blancas los lunes, color anoncillo los martes, los miércoles eran violetas, y a partir de ahí se repetía el orden, nos encantaba apostar para ver de que color traía el pelo la mañana siguiente ya que confundía los tintes de su hija con su champú y todos los día traía un color distinto en su cabello. A pesar de su locura transitoria y el tic en su ojo perdido, el cual te inquietaba y años más tarde compararía con el ojo del anciano de Edgar Allan Poe; era sin duda la mejor profesora que he tenido. Aprovechando su sueño de las tardes y sobre todo el de la prueba miré a un costado y ahí estaba la extraña chica a quien quería hablarle, le hice una seña, y entendió, como no, cambiamos las pruebas, e hice la de ella también. Al contrario de lo que pensaba no la esperé a la salida, descubrí por el camino que vivía cerca de mí al mirar hacia tras y verla intentando alcanzarme con ese paso rápido que acostumbraba a tener. Paré y dejé a que me alcanzara, una vez que llegó a mí seguí con el mismo paso, supongo que ahí comenzó todo un nuevo hola, un gracias, y que tal si me acompañas a mi casa. No hablamos mucho, no me despedí como lo hacía de mis amigas, ni le di tanta importancia al asunto, iba seria, intentando descubrir por qué me estaba hablando, no lo entendía, me trataba como si me conociese de toda la vida y yo como decía Martita: más perdida que Martín en el bosque. Llegué a mi casa y todo iba como de costumbre, todos en mi casa, no había un día que pudiera usar la llave que me habían dado al comenzar la escuela, y seguía sin saber abrir puertas, es un mal que aún tengo, supongo que uno de mis tantos traumas.

Nunca es tarde para un te amoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora