los segundos espíritus

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Los segundos espíritus

Cuando se despertó en medio de un prodigioso ronquido y se sentó en la cama para aclarar sus ideas, nadie podía haber avisado a Damian de que estaba a punto de dar la una. Supo que había recobrado la conciencia justo a tiempo para mantener
una entrevista con el segundo mensajero, suponiendo que todo ocurriría de la misma forma que en la novela.

Al estar preparado para casi todo, en modo alguno estaba preparado para nada. Por consiguiente, cuando la campana dio la una y no apareció ninguna forma, Damian fue presa de violentos temblores. Cinco minutos, diez, un cuarto de hora, una hora... y nada. Todo ese tiempo permaneció tendido encima de la cama, que se había convertido en origen y centro del resplandor de luz rojiza que había fluido sobre ella cuando el reloj proclamó la hora; al no ser más que luz resultaba más alarmante que una docena de fantasmas porque él era incapaz de adivinar su significación y su propósito. En
En algunos momentos, Damián temió hallarse en el momento culminante de un interesante caso de combustión espontánea, sin tener el consuelo de saberlo.

Al final, acabo pensando que tal vez encontraría la fuente y el secreto de esta luz
fantasmal en la habitación de al lado, donde parecía resplandecer. Cuando esta idea acaparó toda su mente, se levantó sin ruido y se deslizó en sus botas hasta la puerta.

En el momento de asir la manilla de la puerta,
una voz le llamó por su nombre y le ordenó entrar.

Damián obedeció.

Era su propio salón, aunque originalmente no debía encontrarse con él al cruzar esa puerta, además había sufrido una transformación sorprendente. El techo y las paredes estaban tan cubiertas de vegetación que parecía un bosquecillo donde brillaban por todos lados bayas chispeantes. Las frescas y tersas hojas de acebo, muérdago y yedra reflejaban la luz como si se hubiesen esparcido allí y allá numerosos espejitos, y en la chimenea rugían tales llamaradas.

En el suelo, amontonados en forma de trono, había pavos, ocas, caza, pollería, adobo, grandes pemiles, lechones, largas ristras de salchichas, pastelillos de carne, tartas de ciruela, cajas de ostras, castañas de color rojo intenso, manzanas de rojo encendido, naranjas jugosas, deliciosas peras, inmensos pasteles de Reyes y burbujeantes boles de ponche que empañaban la estancia con sus efluvios deliciosos.

Cómodamente instalados sobre todo ello, estaban sentados Tim y Bárbara que le parecieron más altos que nunca, tanto como gigantes, sostenía una antorcha encendida, parecida a un cuerno de la Abundancia; la sostenían muy alta para que la luz cayera sobre Damian cuando cruzó la puerta y miró de hito en hito.

—¡Entra! — exclamaron al unísono. —¡Entra y nos reconocerás mejor!— Damian avanzó tímidamente inclinó la cabeza ante los espíritus.

—Somos el fantasma de la Navidad del Presente - Dijo Tim que estaba vestido
con una simple túnica de color verde oscuro como su traje de red Robin.  Sus pies, visibles bajo los amplios pliegues del manto, también estaban desnudos, y en la cabeza no llevaba más cobertura que una guirnalda de acebo salpicada de brillantes carámbanos.

—¿No nos esperabas a nosotros? - preguntó Bárbara que vestía una túnica de igual aspecto en un suave color violáceo.

—Jamás -  logró responder Damián que los veía con detalle - creí que sólo era un espíritu.

—Eso es para los gruñones como Scrooge, casos como tú necesitas un poco más de lo normal - respondió Tim.
Tim.

Damián quisiera lanzarse sobre él,, igual que siempre para pelear pero la diferencia de estatura y esa aura etérea que lo rodeaba lo detuvo, en su lugar negó con la cabeza. Se frotó los ojos y decidió darle lugar a lo que fuera que estaba alucinando y terminar lo antes posible..

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