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Caminaba por las casas poniendo mi empeño en no mirar hacia adelante, allí estaban ellas cantando o montando alguna obra para presentar en la tarde, y yo qué hacía, caminaba hacia mi casa, mejor dicho, corría hacía mi casa para evitar las vergüenzas.

-Llegas tarde-mi tía me reprochó.

-L-lo siento, el lugar estaba lleno.

-Mmm-dijo en forma de reproche.

-Linda, dame la canasta-mi madre entraba en la casa desde atrás. Se la tendí y le sonreí.

-Permiso-les pedí y aún con la cabeza baja me salí a los cultivos.

Aquella brisa que me recibió era lo único que me seguía motivando a seguir en aquel lugar, después de lo de... agh, me odiaba por eso, había dicho que jamás volvería a pronunciar su nombre.

-Tonta-susurré para mi misma. 

Corrí entre los cultivos para llegar a una pequeña posa y verme, estaba igual de terrible que siempre, me lavé el cabello y volví a la casa, escuché cuando mis ex-compañeras cantaban y hacían su presentación, mi tía había dicho que eran espectaculares. Me lo imaginaba, si por algo esas chicas eran tan hermosas y valoradas era por su encanto y su talento a la hora de actuar, cantar y bailar. 

Llegó la media noche, estaba haciendo mucho frío, pero eso no me detuvo para salir, cuando llegué al suelo vi una luz a lo lejos, me dio curiosidad y corrí hacia ese punto. Había una pareja, me vinieron los ascos de inmediato, cómo podía gustar aquello, recordé la vez que lo había hecho yo, en la casa de Enrique, fue asqueroso, fue un acto tonto y me dolió demasiado. Me alejé lentamente, no me interesaba saber quienes eran.

El cielo estaba radiante de estrellas, los insectos y algunos búhos se ponían a cantar, me solté el cabello y me sentí libre por primera vez, el helado aire me hacía sentir pura y dichosa.

-Esto es vida-corría entre los cultivos, subí a una colina y a pesar del cansancio no me detuve hasta llegar a la punta, el viento movía mi cabello, me costó adaptarme a mirar, estaba libre, me sentía feliz al fin... sí, feliz, sin regaños, con libertad, estaba siendo quien yo quería ser, sin regaños, sin prejuicios, y tampoco ninguna opinión.

Miraba la sombra de mis manos en el suelo, me veía blanca, qué estúpido, yo no era blanca, yo era morena y así me quedaría para siempre, aunque eso me molestaba, yo quería ser bonita cómo las demás, bailar y cantar cómo siempre había soñado, no ser la "chica inadaptada" que todos veían por el día.

La luz que había visto se apagó, recordé a Enrique, ni con él había sido yo misma, había sido alguien a quien hasta este momento no reconozco, él era alguien mucho más conocido, alguien que agradaba con solo verlo, era un chico muy atractivo en todos los sentidos, y yo pues, simplemente era yo.

Me di cuenta que había cerrado los ojos, al abrirlos me encontré la noche, la bella noche que bañaba aquellas colinas, aquellos bosques, solté un suspiro al ver la belleza del lugar, debía soltar de una vez por todas el máldito recuerdo de Enrique, pero era difícil teniendo en cuenta que mi virginidad se había con él, al igual que todo mi corazón.

Tantos otros chicos, demasiados para alguien cómo yo, chicos que me habían tocado, que se habían acercado a mí, los odiaba a todos por igual, porque nadie me quería, solo querían mi cuerpo, ¿Qué era mi cuerpo? ¿Un objeto nada más? Eso era lo que me molestaba, nadie podía quererme nada más que para jugar... 

Amanecía y yo seguía sentada en la colina, uno de los perros del pueblo había llegado a hacerme compañía. Me había acomodado para ver cómo la vida resurgía de la noche para volver a empezar un nuevo día.

Sentí un vuelco al corazón cuando asomaron los primeros rayos de sol, ya sería hora de volver a mi realidad, iba a tener que apagar mi luz, mis esperanzas de nuevo, tendría que someterme a la tortura de la gente me viera de menos, a que mi tía criticara cada uno de mis movimientos, me estaba doliendo demasiado, y lo peor era que nunca iba a poder dejar mi realidad.

ImperfeccionesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora