On Air

3.2K 232 112
                                    

Entró en la cafetería a las afueras del pueblo cuando el reloj iba a marcar las once menos diez de la noche. Su turno comenzaba a las once en punto y le gustaba llegar unos minutos antes para fumarse un cigarro tranquila antes de entrar, ponerse su uniforme y empezar a trabajar. Desde hacía un par de años siempre era igual, cada noche era igual. Conducía hasta la salida del pequeño pueblo en el que se había criado, aparcaba en el lateral de la cafetería veinticuatro horas que habían abierto para abastecer a los camioneros y viajeros que paraban a repostar gasolina y se llenaba los pulmones de nicotina antes de afrontar la larga y a veces solitaria noche que se le presentaba por delante.

Cuando cruzó las puertas del local saludó a la clientela habitual de esas horas y a algunas caras no conocidas; a Bego, la camarera que servía detrás de la barra, y a Manuela, la cocinera que se estaba despidiendo para salir ya de la cafetería al haber acabado su turno. Se metió en la zona privada para los trabajadores y sacó de su bolsa de deporte el uniforme para cambiarse frente al calefactor.

Era veinte de diciembre y hacía un frío del carajo. Las temperaturas se habían desplomado e incluso había estado nevando, pues el pueblo se encontraba bastante cerca de la sierra, así que se enfundó con todo lo que pudo para salir a la calle, aunque luego en el trabajo la temperatura era bastante agradable.

Una vez se hubo cambiado se miró al espejo y se recogió la melena oscura en una coleta, peinándose el flequillo para que no se le fuese a los ojos. Echó un último vistazo a su móvil, pero como siempre no tenía nada interesante que ver, así que lo guardó en su bolsa y salió hacia la barra para que Bego pudiese marcharse a su casa.

- Te he dejado el lavavajillas vacío y la cafetera limpia. Hoy no ha habido mucho movimiento.

- Vale – asintió Natalia agradecida - ¿Manuela se ha ido ya?

- Sí, ha venido su marido a recogerla – caminó hacia la caja – Tienes cambio suficiente como para que no tengas que salir a la gasolinera en toda la noche.

- Gracias, Bego – le sonrió - ¿Por lo que veo mi compi de turno no ha aparecido todavía, no?

- Qué va – negó mirándola con lástima en los ojos – Ay, si pudiese dejar a mi hija con alguien me cambiaba el turno para hacerlo contigo y que te librases de ese pesado. Manuela seguro que lo ponía firme.

- Si no es que me moleste hacer el turno con Mario, pero es que se pone bastante pesadito...

- Ya, lo sé – asintió dándole la razón - ¿Sigue tirándote la caña con la misma intensidad?

- La misma – volteó Natalia los ojos.

- Bueno, pues mucho ánimo – le acarició el brazo en señal de apoyo – Bueno, me voy ya que tengo que recoger a la niña de casa de mi madre.

- Vale. Ten cuidado, que estaba nevando un poco.

- Sí. Hasta mañana, Natalia.

- Adiós, Bego.

Natalia se quedó sola tras la barra y observó a su alrededor para ver qué podía hacer. Los clientes que estaban en la cafetería ya estaban todos atendidos, así que se limitó a abrir las neveras y ver con qué botellas contaba por si tenía que ir al almacén a reponer algo. En esas estaba cuando la puerta se abrió y Mario entró a toda prisa.

- ¡Perdón, perdón, llego tarde, perdón! – jadeó apoyándose en la barra.

- Manuela se fue hace rato, Mario. Tendrías que haber estado aquí antes de que se marchase – dijo intentando intimidar al chico con la mirada.

- Lo sé, pero el coche me dejó tirado y ha tenido que venir mi padre a traerme y mi hermano se ha quedado hasta que llegase la grúa. Un caos.

- Bueno, cámbiate y métete en la cocina.

On AirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora