⭐ Parte Única ⭐

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La brisa nocturna corría furiosa, desesperada, con prisa. Como era costumbre para Park JiMin, soportaba gustoso el impacto sublime de cada ráfaga que parecía desquitarse con su rostro. En parte y bajo su criterio, la sensación era tan relajante, que, pese al ajetreo que todavía se veía en las calles incluso siendo más de las once de la noche, le hacía sentir la libertad que no sentía ni en su solitario apartamento. Poco a poco el bullicio común de la ciudad iba quedando atrás. JiMin encontraba gusto aun en ello, en escuchar cada vez menos algo que no fuese el silbido del viento y el chillido de algunas cigarras y grillos que se alojaban en los jardines de cada casa.

JiMin pasó una de sus manos por entre sus cabellos violetas y relamió sus labios resecos gracias al frío de aquella noche. El viento ayudó con gusto a dejar su frente descubierta, la misma que se fruncía al recibir otra ventisca un poco más fuerte que las anteriores. Sin embargo, JiMin sonrió como siempre hacía: a boca cerrada y con nostalgia. Muchos transeúntes lo observaban con rareza, y no era para menos: Un muchacho de cabellos extraños le sonreía a la nada y poco se protegía de ese horrible clima. JiMin estaba acostumbrado que lo vieran de ese modo, pero eso no le quitaba la sonrisa de la cara. Su rumbo le daba la contra al viento, testarudo, quizás por eso éste se ensañaba tanto. Siempre iba en dirección contraria, haciendo cosas que no entraban en la definición de «normal» para el resto del mundo. Nunca fue un niño "normal" y sus padres se ocuparon de hacérselo saber con un «No crié un hijo maricón». Ese fue su primer indicio de que no era como muchos otros, no gustaba de lo que se suponía que debía gustar. No fue sencillo, recibir rechazo a diario de parte de sus padres le partía el alma, era como una herida que seguía sangrando, que nunca curaba. Cuando fue mayor se resignó. Dejó de buscar complacer a todo mundo, no quería ser juzgado más por alguien que no fuese él mismo. Por eso el cabello violeta, las múltiples perforaciones, la vestimenta que muchos consideraban «estrambótica».

Su vida se había vuelto un caos de rebeldías y caprichos que creía manejar a la perfección. El licor le era como agua, el tabaco como pan; los tatuajes le eran un recordatorio de que era su cuerpo, era su vida, y él decidía qué hacer con ella. Al final, todos eran tan vacíos, tan triviales.

Instintivamente, llevó su mano derecha hasta la altura de su corazón, donde, bajo el abrigo, la chamarra y una camiseta, yacía el único tatuaje significativo.

JiMin se detuvo en seco. Varios mechones volvieron a cubrir su frente, y él deseó que también cubrieran el dolor que escondía bajo ese grabado tanto físico como emocional. No le dio paso a las lágrimas, como siempre había hecho. No lloraría, nunca lo hizo.

«YOONU» decía aquel tatuaje en letras. JiMin había tenido un solo amor, uno que fue tan correcto como prohibido. Se enamoró de su ángel, aún sabiendo de lo que sus demonios eran capaces. Min YoonGi, un ángel vestido de hombre que lo salvó de un infierno que había sido dulce en un inicio, pero que lo envolvió en amargura tiempo después, mientras le obligaba a ver cómo se le iba la vida enterrado bajo su propia miseria. YoonGi había sido tanto un padre, como una pareja; tanto un hermano, como un compañero. YoonGi jamás intentó sepultar a JiMin para obligarlo ser algo que no era, pero le dio parte de sí mismo para que una nueva versión sí mismo surgiera. Por eso «YOONU», una combinación extraña entre Yoon y You.

JiMin siempre supo que no había forma de que mereciera a alguien tan perfecto en su vida, y todavía le perseguía el fantasma de ese día en el que se dio cuenta de que en verdad no había manera de que fuese todo color de rosa.

«Habían discutido —claro que no debido a su chico, sino por su inmadurez—. JiMin quería correr en una carrera clandestina por última vez. Necesitaba el dinero para pagar el apartamento que compartían, ya que había malgastado su salario pese a que YoonGi le había advertido de no hacerlo. Su ángel no estuvo de acuerdo, le pidió que no fuera, pero JiMin hizo oídos sordos. De todas las cosas de las que se arrepentía en su vida, la que más le dolía era no haberle hecho caso a su novio aquella noche. Salió de casa dando un portazo y lo último que le dijo a YoonGi fue: "No me esperes, volveré tarde". Y su precioso castaño no esperó, sino que fue tras él una hora más tarde. Su mismo contrincante condujo el auto que devolvió a su ángel a donde pertenecía. Todavía recordaba el estruendo que provocaron sus frenos al llegar a la meta mezclado con el grito de los espectadores. La excitación y la alegría de ganar se esfumó en el instante en que muchos gritaban «¡Lo mató, lo mató!». Y cuando se acercó a ver, lo último que esperó fue ver ese rostro blanquecino cubierto de rojo y su cuerpo teñido del mismo tono. Se desplomó allí mismo, sin siquiera poder ver sus costillas rotas y su vientre destrozado. Sus rodillas se empaparon de sangre y el característico repugnante aroma inundó sus fosas nasales.»

Un ángel y una estrella © OSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora