Capitulo 8

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Los ojos del águila

-Josefina-

1991

Empece a trabajar en 1990 como secretaria de el señor México cuando tenia diecinueve años.
Mi prima trabajaba con él antes, pero renunció por su comportamiento agresivo ya que no estaba acostumbrada a los gritos y malos tratos, cuando se retiró, me tomó de los hombros, pidiéndome que siguiera con su trabajo por que ella ya no podía con tanto.
Cuando entre, muchas de las mujeres que estaban ahí me daban consejos sobre cómo tratarlo, al parecer era muy problemático y siempre estaba enojado por alguna razón.
Tenía brotes de ira de la nada, rompía cosas, gritaba, aventaba vasos de cristal, era prepotente y muy grosero.

Pero más con los presidentes y la gente en el poder.

Cuando me lo presentaron casi ni me volteaba a ver a los ojos, siempre me veía de lado o me hacía caminar enfrente de él, era atemorizante, sentía su mirada en mi hombro.
Y lo que más me asusta es cuando sus ojos se tornan amarillos, ahí es cuando tienes que apartarte, por que destruye todo a su paso.

- No voy a ir a esa pinché fiesta - me regaño mientras se sentaba en su oficina.

- Señor México - lo perseguí hasta llegar a su lado - Ya habíamos quedado que si ibas a ir.

- Josefina están de la chingada esas pinches fiestas - me volvió a gritar - Todos ahí son unos hipócritas.

Pensé un rato en algo que decirle para convencerlo, cada vez me quedaba sin ideas por tantas salidas a las que teníamos que ir

- La señorita Colombia va a ir - se me ocurrió.

Ella es un encanto de mujer, aunque un poco escandalosa, tenía la piel bronceada como caramelo, su cabello largo brillante que le llegaba a la espalda, labios carnosos, un cuerpo de envidia y una mirada matadora, me recordaba a María Félix pero más bonita y menos clasista. Era el amor platónico de cualquier hombre, hasta de México. Obviamente no lo admitía, pero su mirada cuando ella pasaba por delante lo delataba, casi casi se le caía la baba.

- No me interesa - contesto apoyando su cabeza en la palma de su mano.

- ¿Te ocurre algo Señor México? - pregunte preocupada - Siempre quieres ver a la señorita Colombia.

- ¡ESO NO ES CIERTO! - me gruño.

- No me gruñas no eres un perro - se me escapó.

Suelo trabajar con niños, es normal para mi calmarlos cuando tenían sus ataques de ira, pero él no era un bebe, era un hombre hecho y derecho. Nunca le había faltado al respeto, así que era mi momento de defenderme.

- ¿Y si quiero ser un puto perro que? - me volvió a gritar.

- Pues si quieres llamo a una perrera para que te lleve lejos - le respondí cruzando los brazos haciéndome a la digna.

- Okay, hazlo - me cruzo los brazos igual.

Hubo un silencio muy incómodo, no sabía si echarme a llorar de los nervios o ponerme a gritar del coraje.

- Eres un grosero - le reproche.

- Dime algo que no sepa - me respondió.

- ¡Que vas a ir a esa fiesta y es una orden! - di mi ultimátum.

Se me quedo viendo un rato analizándome, arqueo las cejas echándose para atrás

- Okay - me sonrió, le encanta verme rabiar - Si tanto insistes.

Lo lleve a rastras de la oreja desde su oficina hasta el salón

- ¡ESTÁS LOCA MUJER! - me grito - ¡SUÉLTAME!.

Si no te vuelvo a ver Donde viven las historias. Descúbrelo ahora