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—Toc, toc

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—Toc, toc.

Lali levantó la vista de su escritorio y sonrió al ver quién estaba en la puerta. Era la primera sonrisa que había sentido de verdad en días... tal vez incluso en semanas. Se acomodó en el sillón, dejando que la calentara el sol poniente que se filtraba a través de las ventanas de su despacho de la decimocuarta planta de McKellen Publishing.

—Hola, Ramiro.

Ramiro Ordoñez, su editor general, se sentó en la silla que ella tenía enfrente.

—Parece que te estás aclimatando bien.

Lali echó un vistazo al atestado despacho. Había montones de revistas apiladas junto a una pared y una caja medio vacía junto a la estantería. Había conseguido colocar varias fotografías de Tomás, un trocito de conglomerado y una piedra de obsidiana que había recogido durante una excursión varios meses antes. Los papeles se amontonaban en su escritorio y había un cuadro enmarcado contra la pared, a la espera de que lo colgase.

—Eso intento. Aunque me temo que no estoy progresando mucho.

—¿Qué tal llevas el artículo? —Su editor cogió el pisapapeles de cristal con forma de rana que descansaba en una esquina del escritorio. Tomás se lo había regalado por el día de la madre del año anterior, durante una etapa en la que estaba obsesionado con las ranas. Ramiro apoyó un tobillo en la rodilla contraria y comenzó a cambiarse el pisapapeles de una mano a otra.

Lali se pasó los dedos por el pelo en un intento por liberarse de la tensión que la embargaba. El trabajo no la estresaba, era el hecho de estar en San Francisco. Tan cerca de las respuestas que buscaba y tan lejos a la vez.

—¿«Discriminación geotérmica de cinco presas volcánicas del río Colorado»? Va saliendo.

—Suena interesante. Me muero por leerlo. —Sus ojos verdosos relucían. Iluminado por el sol poniente, Lali podía atisbar unas cuantas canas, justo en las sienes.

Se le escapó una carcajada. Solo un par de amantes de la geología disfrutarían de algo así. Sin embargo, presentía que Ramiro no había ido para preguntarle por el trabajo. Sabía que era competente, que se conocía el trabajo al dedillo. La geología era algo innato para ella. Había ido a su despacho porque estaba preocupado.

Lali frunció los labios.

—Deja de mirarme como si fuera a derrumbarme. Estoy bien, Ramiro.

—¿En serio? —Enarcó una ceja—. No sería muy buen amigo si no me preocupara.

—Lo sé. Y aprecio el gesto. Pero estoy bien. Nos las estamos apañando. La casa que nos has dejado en Moss Beach es perfecta.

—Me alegro de que os guste. ¿Cómo está Tomás?

—Bien. —Pensó en su hijo de cuatro años—. Le encanta estar cerca del océano. Pero... ahora mismo le resulta difícil. Echa de menos a Benjamín.

Espérame.《Laliter》✔Donde viven las historias. Descúbrelo ahora