l u z d e l u n a

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Estaba amaneciendo, y él estaba totalmente harto de los llantos desolados de la mujer arrodillada sobre el suelo.

¿Por qué siempre conjuraban a la luna para pedir cosas referentes al amor?

A él ni siquiera le gustaban los humanos, mucho menos el amor que ellos deseaban o al cuál lloraban, pero ellos dele y dele con la luna esto, la luna lo otro.

Y para variar siempre le representaban como una fémina.

Y esa mujer de ahí no pensaba desistir, le daría lo que tanto pedía, aunque su destino estaba escrito desde mucho antes que decidiera llorarle a la luna.
Ella sola se estaba echando la soga al cuello.

ㅡ Ya, ya mujer, deja el llanto, tendrás a tu hombre.

La pobre fémina detuvo su llanto, primero asustandose al recibir una respuesta hablada de su parte, y después balbuceó alguna cosa, temblando como un venado recién nacido.

ㅡ Pero a cambio quiero el hijo primero que le engendres a él.

No supo si su pedido fue hecho por pena a la mujer que moriría apenas tuviera al niño en brazos o por el profundo deseo interno suyo de despedirse de la soledad que le condenaba.

Se consolaba así mismo diciendo que no lo hacía por lo uno ni por lo otro, sino por el niño que incluso antes de nacer, estaba siendo entregado por su madre.

Pues quién a su hijo inmola para no estar sola, poco le iba a querer.

ㅡ Dime luna de plata, ¿Qué pretendes hacer con un niño de piel?

Oh, pretenciosa mujer, ni siquiera la luna lo sabía.

...

Una noche de luna llena el silencio de la noche se deshizo en pedazos por el llanto de un recién nacido.

Su madre le acariciaba suavemente el rostro de porcelana, era tan blanco como el lomo de un armiño y de ojos azul noche en vez de aceituna.

La mujer se había enamorado del infante apenas pudo tenerlo en sus brazos, no quería entregarselo a la luna.

Ella era su madre.

Pero la mujer no era la única que se había enamorado del niño, la luna refulgia más que nunca, colandose por las ventanas de la pequeña habitación en la que estaba ella acurrucada junto al pequeño, dándole un claro recordatorio.

Para la luna estaba claro, ella no era la madre de ese niño.

Un sollozo fue ahogado por los golpes en la puerta, su marido estaba alterado, y claramente lo estaría, la mujer que le ayudo a tener a su pequeño había asumido que ella le fue infiel a su marido, ya que la criatura no tenía los mismos rasgos que nadie en ese lugar, ni de ella ni del supuesto padre.

Por supuesto que no los tendría.

Los temblores de la mujer se acrecentaron a medida que el hombre aporreaba la puerta y gritaba tantas borderias que en su vida escuchó antes, no quería morir en manos de su marido.

No podía morir, no así.

Y si ese iba a ser su destino al menos quería dejar a su hijo en algún lugar seguro, no quería dejarlo en manos de aquel despiadado hombre.

H I J O  D E  L A  L U N A || Megumi Fushiguro Donde viven las historias. Descúbrelo ahora