XII: Reencuentros y amoríos

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La escena que se veía por los caminos de Skyrim era especialmente poco digna. Cincuenta soldados, veinte sirvientes, dos thanes y un rey. Cualquiera pensaría que estaba dentro de una alucinación provocada por el exceso de skooma, y parecía que todos lo pensaban.

Cuando parecía que solo los pájaros eran conscientes del momento, alguien decidió romper el silencio.

—¿Alguien sabe cuando lleg...? —preguntó en voz alta Egil antes de ser golpeado en la cabeza por un guardia.

—¿Qué parte de escapar en silencio no entiendes? —le susurró el soldado responsable del golpe.

—Lo siento... —mintió rascándose la cabeza. Dejó que los demás se adelantaran a él, hasta que se quedó en la parte trasera de la improvisada formación, junto a Dovahkiin, quién cubría la retaguardia.

—No ha sido muy inteligente alzar la voz —le dijo entre risas.

—Tampoco estoy acostumbrado a escaparme en silencio de una ciudad tomada por los thalmor después de una repentina conquista. De hecho me cuesta mucho estarme callado en general.

—¿Los Compañeros no te enseñaron a guardar silencio? —Egil se sorprendió.

—¿Los... los Compañeros?

—Eres el hijo de Vilkas, ¿verdad?

—¿Cómo lo sabes?

—Tu canción te ha delatado. Conozco bien la licantropía de los Compañeros, tu canción no dejaba nada a la imaginación. Había oído que Vilkas se casó con una mujer bretona y que tuvieron un hijo. Pero que la mano de plata...

—Por favor, señor. Ahórrese su compasión. No voy a llorar por una mujer que no conocí. Si quieres compadecerte de alguien, espera a llegar a Carrera Blanca, con un poco de mala suerte mi padre seguirá vivo —aunque las palabras de Egil le confundieron, Dovahkiin siguió escuchándole —. Debo mantener el origen de mi madre, Alendert, oculto. Nunca tocaré en la corte si Ulfric descubre que no soy un nórdico puro.

—Te voy a hacer una pregunta sencilla. ¿Ves a mi esposa, Camila? —la señaló con la cabeza —. Es imperial. Nuestro hijo, Einar, es muy superior a muchos nórdicos puros. Puede que Ulfric rechace a simple vista a todos los que no son puros, pero si se molesta en ver un poco más de cerca, lo pasa por alto —a Egil se le iluminaron los ojos —. Tú ya le has ayudado a escapar, quizá esté dispuesto a escuchar el resto de tus canciones cuando todo las cosas se calmen. Por ahora... cállate y sigue andando.






Einar ayudaba en todo lo que podía en las calles de Carrera Blanca. Ayudaba a cargar con las armas, colocaba el cuero en los mangos de las espadas, sacaba filo a las hachas más viejas, tensaba los arcos y enseñaba a los más jóvenes las bases de un combate. Cada persona que ayudaba y cada cosa que hacía, de algún modo, le hacían sentirse mejor.

Cuando el mediodía llegó, y todos decidieron descansar y comer, él intentó aclarar su cabeza al ver a Sigrid caminar por el mercado de camino a su casa.

—¿Qué es lo que ocurre? —le preguntó mientras ella seguía su camino, sin mirarle —. ¿Por qué me ignoras?

—No es nada.

—Eso no es verdad, Sigrid. Deja de evitarme, porque de verdad no sé qué es lo que ocurre.

—No quiero.

Skyrim: La caída de VentaliaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora