II

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Hace pocos años, Nyx y Érebo se habían estado divirtiendo de lo lindo mientras veían a Hades y Athena disputarse por la protección o destrucción de la Tierra y de los seres humanos. Ellos no eran de naturaleza gentil sino sádica, por lo que se divertían a costa de ambos dioses. Estos seres oscuros, a veces incluso apostaban por su favorito. Hasta ahora, Nyx, que apostaba a Athena, había estado ganando, sin embargo, Érebo no se preocupaba ni se molestaba por eso. Para ellos, las guerras entre ambos dioses eran sólo un juego que disfrutaban mientras ellos mismo mandaban a sus Sỹdixx contra sus enemigos jurados de Egipto.

De hecho, por eso mismo Agasha había sido enviada junto a una compañera suya, del mismo nivel de poder, para encargarse de ciertos estorbos de luz, que habían sido enviados desde los dominios del dios egipcio Horus, para invadir Grecia con el fin de vencerlas y darles caza a los dioses primordiales.

Ella ya no temía a pelear contra seres que, como ella misma, sabían a lo que se atenían cuando eran enviados a luchar; la verdad, es que Agasha temía a lo presentía en el aire. Casi lo podía olfatear, un aroma que, si bien no traía consigo la muerte, tampoco era algo precisamente bueno.

Dentro de poco algo más allá de la guerra entre Hades y Athena, iba a pasar. Agasha presentía que no podía decírselo a sus dioses, pues ellos se darían cuenta de que ella tenía cierta libertad y seguro la drenarían espiritualmente como a las otras, sin embargo, ella temía que eso que sentía venir fuese el fin de todo.

Por eso estaba caminando hacia el Santuario de Athena. Le tomó muchas horas, pero llegó sin cansancio hasta los pies de las Doce Casas del Zodiaco. Las cuales, comenzó a subir sin miedo.

Ella no quería pelear, quería audiencia con la diosa Athena y darle la advertencia que seguramente necesitaría.

Sin embargo, como era de esperarse, el primer santo dorado, Shion de Aries, se paró frente a la puerta de la casa y por su postura, ella se dio cuenta de que no la dejaría pasar tan fácilmente.

—Eres una de las creaciones de la oscuridad, ¿no es así? —preguntó el hombre con tono fuerte—, voy a pedirte, sólo una vez, que te marches.

Tenía que moverse con cuidado y hablar con sabiduría, los dioses primordiales no la habían mandado hasta aquí, por lo que no le convenía pelear contra este santo ya que el más mínimo uso de su cosmos, podría alertar a sus señores... y... la verdad, no quería imaginar lo que pasaría si llegaba a despertarlos con la sorpresa de que no sólo estaba desobedeciendo la orden de irse dormir, sino que, además, estaba interviniendo en su mayor entretenimiento.

—Caballero —dijo guardando su distancia—, vengo en paz.

Alzando su mano izquierda, Agasha extrajo su alabarda, con la cual había dañado a muchos titanes durante la gran guerra, y luego de tomarla y darle vuelas, clavó con fuerza el filo en el duro suelo, como muestra de sus intenciones.

—Di lo que quieres —habló Shion de Aries sin confiarse ni un poco.

—Quiero audiencia con Athena.

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