III

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—Eso no —respondió estrechando su mirada sobre Agasha—, lo que sea que quieras decirle, puedes decírmelo a mí.

—Debo decírselo a ella en persona —Agasha no se desesperó, no era la primera vez que miraba esos ojos, los cuales le decían con claridad que ella no era confiable para nadie.

—No pasarás —se aferró Shion a su postura.

—Entonces estarán condenados —espetó fingiendo no emocionarse por saber que ellos tenían muchísimo más que perder que cualquier guerrera de los dioses oscuros—. Tú, ella y toda la humanidad.

Sin dar su brazo a torcer todavía, Shion de Aries hizo un gesto de interés.

—Explícate.

—Hades no es su único problema —dijo un poco de todo lo que iba a contarle a Athena, ya dependería de este hombre si iba a dejarla pasar o no—, desde el fin de la Titanomaquia, el gran Zeus ha prohibido la lucha entre dioses. Si tu señora y Hades pelean en este o en cualquier otro plano, serán castigados por igual en el Olimpo, entonces, sólo puedo dejar a tu imaginación lo que ocurrirá con la Tierra.

La sorpresa en los ojos de Shion de Aries le dijo que tal vez estaba a punto de dejarla pasar.

—Un momento —dijo, negando con la cabeza—, Athena seguro sabe eso; no peleará contra Hades y él no lo hará contra ella.

—Lo harán —dijo Agasha sin expresión o emoción alguna—, lo he visto. Mis visiones son exactas. Y en esta guerra, ellos dos romperán su única regla. Zeus despertará y les castigará a ambos por desobedecer su decreto. Todo mientras el mundo humano y ustedes se consumen en el caos.

El santo estaba dudando, seguro sabía que las Sỹdixx, en especial las que llevaban un brazalete como el de Agasha, eran capaces de mirar al futuro y ver desde los más lejanos hasta los más cercanos.

—¿Por qué tus amos te mandaron a decirme esto?

—Sabes que no puedo mentir —en realidad sí, ya que ella poseía esa libertad, pero eso no era algo que Shion de Aries debiese saber—. No veo más futuro a partir del juicio de Hades y Athena.

Al cabo de un par de minutos, Agasha estaba siendo escoltada no sólo por Shion de Aries, sino por los santos de cada signo del zodiaco hasta llegar a Piscis. Sitio donde Agasha vio una figura que le provocó una reacción muy humana: nerviosismo.

—Albafica, ¿vienes? —preguntó Shion de Aries a su compañero, quien asintió en silencio, mirando fijamente a Agasha. Como si esperase que ella atacase para matarla.

La apariencia física del santo la cautivó, pero más allá de eso, Agasha frunció el ceño al darse cuenta de que, a diferencia de los otros 11 guerreros, ella no podía ver el futuro de este hombre. ¿Por qué sería eso? Gracias a su clarividencia, Agasha podía vencer a sus enemigos sin fallar, sin embargo, ¿por qué el futuro de este hombre estaba protegido de ella?

Mirándolo con el mismo recelo con que él la veía a ella, los 13 se aproximaron hacia el templo de Athena. Rodeándola, mientras Agasha hablaba con la diosa y el Patriarca quien se veía igual de escéptico que los santos dorados, la diosa de la sabiduría y la guerra la pareció analizar de pies a cabeza mientras la Sỹdixx hablaba.

—Es todo —dijo casi lo mismo que le había dicho a Shion de Aries, sólo agregó el más importante detalle: un dios menor del tiempo, con el oscuro don de sacar a la superficie cualquier maldad oculta hasta en el más noble de los hombres, está más cerca de lo que imaginan. Y gracias a él, su ejército tuvo una notable caída.

Luego agregó con cautela, al final de analizar el futuro que depararía sus palabras: ese dios buscará al Santo de Pegaso y la forma de hacerse con él; tú sabes para qué, Athena.

Diciendo eso, se dio la vuelta y se decidió a marcharse para dormir justo como sus señores se lo dijeron, pasando por el lado del santo de géminis, Agasha supo que él... justo como su hermano gemelo difunto, también estaba condenado.

Detuvo sus pies frente a él, y al parecer, el santo supo que algo estaba viendo en su futuro.

Vete... ya has dicho lo que tenías que decir... vete.

Mirándolo por última vez, sabiendo lo que él haría, cuál sería su final y lo que pasaría con Athena y sus santos de no escucharla, Agasha continuó su caminata hacia la salida del Santuario de Athena.

—¡Espera! —dijo Athena, bajando de su trono para acercarse a Agasha—, ¿por qué has venido realmente? Érebo y Nyx ni siquiera están despiertos... ellos no debieron haberte ordenado venir hasta acá para advertirme nada... y se supone que tú no deberías tener la voluntad y las intenciones de hacer algo... humano, entonces... ¿por qué?

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