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Le agradecí internamente a mi madre en cuanto subimos a mi habitación y la encontramos ordenada, cosa que extrañamente pasaba si salía tan temprano de casa; no solía ser desordenado de todas maneras, pero la cama deshecha y algún que otro libro o ropa sucia tirada eran cosas comunes en mi vida cotidiana. La cama estaba perfectamente estirada, los libros apilados sobre el escritorio y no había rastro de ropa sucia por ningún lado, señales de que mi madre había invertido algo de tiempo en dejar el lugar en condiciones. Solía ordenar todo cuando volvía de la universidad y era evidente que la mayor lo había tenido en cuenta cuando se enteró de la próxima llegada de Samuel.

-Lindo cuarto- lo escuché decir a mis espaldas cuando entré, lo que me hizo mirarlo por encima de mi hombro derecho.

Sus ojos se pasearon por todos los rincones rápidamente, analizándolos de la misma manera.

-Gracias, lo encuentras ordenado- reí bajo, consciente de que no podía engañarlo tampoco.

Me dirigí directamente al armario y lo abrí con la idea de que algo caería a mis pies por el desorden, cosa que sorprendentemente no pasó. En su lugar, encontré las prendas dobladas con velocidad pero de manera decente, disimulando así que, en realidad, la mayoría de las prendas estaban arrugadas, mal apiladas y al borde de la caída. Nuevamente, agendé un nuevo agradecimiento a mi madre en cuanto tuviese la oportunidad.

Me tomé un par de segundos para buscar algo acorde para Samuel; era una o dos tallas más grandes que yo, por lo que no quería darle algo que le fuese chico o lo hiciese sentir incómodo. Luego de un par de ojeadas entre mis prendas, tomé una camiseta gris con un dibujo de Star Wars estampado en ella, la cual recordaba había comprado más grande por error, y una verde lisa para mí.

-Espero que esto te quede- dije mientras cerraba las puertas del armario y giraba con ambas prendas en las manos, encontrándomelo aún con la mirada puesta en su entorno. Sonreí tímido al notar que se había detenido únicamente para observar mis fotos, las cuales tenía en un pequeño estante justo encima del escritorio -¿Samuel?- lo llamé.

-¿Este eres tú?- preguntó señalando una foto mientras me miraba, ocultando una sonrisa; asentí avergonzado al notar que era una fotografía de mi hermana y yo cuando éramos pequeños -Joder, que niño más bonito- dijo devolviendo la vista a la imagen y con emoción, casi con vergüenza. Me sorprendió que no dijese algo despectivo para hacer la coña o molestarme; quizás era porque estábamos en mi casa y aún se sentía cohibido -Conservas los mofletes- rodé los ojos y negué, sintiendo la zona acalorarse.

-Ponte esto, anda- dije tendiéndole la prenda gris.

-¿A-Aquí?- preguntó mientras tomaba la camiseta y giraba para quedar erguido frente a mí.

-Puedo ir al baño si te sientes más cómodo- intenté no sonar avergonzado mientras hablaba, cosa que no creí haber logrado.

Cerró los ojos por un instante y, luego de tomar una bocanada de aire y dejar la prenda gris que le había dado sobre el escritorio, giró sobre sus talones con las manos puestas en el borde de su camiseta mojada para tironear de ella hacia arriba lo más rápido que pudo, dejando su espalda al descubierto en cuestión de segundos. Sus movimientos fueron extremadamente rápidos y precisos, pero eso no evitó que analizase su piel con velocidad. Su espalda era un par de centímetros más ancha de lo que aparentaba y el tono de su piel casi igual que el de sus brazos, manteniendo el tono en toda su parte superior; también puede encontrar un par de lunares y manchitas, como también alguna que otra marquita causada por su crecimiento aparentemente rápido.

Imité sus acciones en cuanto tomó la ropa seca para ponérsela, multiplicando la velocidad de mis movimientos. Sentía mis mejillas ardiendo y mi corazón algo acelerado, cosas que me obligaron a mantenerme un par de instantes más de espaldas a pesar de que ya me había vestido y sentía la mirada del chico sobre mí. No quería admitir que había sentido una corriente eléctrica recorrerme cada rincón de mi organismo, pero era exactamente lo que había pasado. Me regañé mentalmente, suspiré en silencio y volví a girar, encontrándomelo vestido. La camiseta se ajustaba a su figura de forma perfecta, quedándole tal y como le quedaban las camisetas que llevaba a la universidad; agregué un nuevo agradecimiento a mi lista, esta vez al Guillermo del pasado por haberse equivocado en aquella compra.

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