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La universidad siempre fue un centro de aprendizaje y no solo para convertirme en un profesional, sino también para comprender mucho mejor la vida, la cual tenía idealizada de una manera mucho menos sacrificada. A mis escasos diecinueve años, y habiendo vivido toda mi vida a tan solo treinta minutos del instituto, tuve que comenzar a recorrer grandes distancias para lograr llegar a la universidad, cosa que transformó aquella media hora en unas tres horas limpias y presentes. La distancia entre la casa que compartía con mis padres y la universidad era tanta que tener que despertarme a las cuatro de la mañana para llegar a clase se había convertido rápidamente en una rutina, más teniendo en cuenta que la institución nos obligó a asistir todos los días por ser ingresantes. Las ojeras llegaron justo la segunda semana de clases al igual que el paso lento y los dolores musculares pero aún así no me quejaba; amaba lo que estaba aprendiendo y, a pesar de que las clases no aplicaban demasiados conceptos relacionados con la carrera, asistía con una sonrisa que si bien había perdido amplitud debido al cansancio, estaba presente.

-¡Guille!- gritó Daniela desde una de las puntas del salón cuando entré, sacudiendo su mano de derecha a izquierda para que pudiese verla y robándome una sonrisa en el proceso.

A pesar de que me había mentalizado de que no haría amigos, la chica pareció llegar a mi vida como un rayo de luz que no me había dado cuenta que necesitaba hasta que las clases prácticas comenzaron. Su soltura y facilidad para entablar conversación con todo el mundo nos llevó a unirnos rápidamente, como así también el par de cosas que habíamos descubierto teníamos en común. No habíamos tenido demasiado tiempo para conocernos, estábamos entrando a la tercera semana que compartíamos, pero realmente disfrutaba de su compañía. De no ser por ella, hubiese estado solo todas las clases.

-Buenos días, Dani- saludé cuando llegué y me senté a su lado, soltando un bufido molesto a causa del cansancio.

-Cansado, ¿no es así?- preguntó mientras abría su mochila y sacaba un cuaderno y su cartuchera exageradamente cargada -Yo lo estaría. No puedo creer que viajes tanto- sonreí cansado, yo tampoco lo creía.

-Un sacrificio que algún día tendrá recompensa, ¿no?- dije repitiendo las palabras que mi madre me daba todas las noches antes de caer dormido. La chica asintió efusiva.

La conversación pronto comenzó y, mientras esto ocurría, el salón comenzó a llenarse. Pronto el murmullo que nos rodeaba creció y se hizo presente en nuestra conversación, obligándonos a elevar la voz y a sonreír como niños cada que gritábamos y la gente callaba de repente.

Había varios grupos, todos dispersos y bien definidos, y alguno que otro que se manejaba en solitario, mostrando así el abanico de personalidades que había dentro de aquel salón a pesar del perfil que todos nos daban fuera de el.

La informática nunca había sido catalogada como una modalidad divertida, pero a mi no me importaba en lo más mínimo.

Quince minutos después de mi llegada, y justo cuando Daniela estaba a punto de contarme como había dado el primer paso con el chico que ella catalogaba como "el más lindo de la universidad", el profesor ingresó al aula, pausando momentáneamente todas las conversaciones.

-Luego te cuento- susurró con una sonrisa pícara, dejándome con la intriga.

Daniela era bella, muy bella, por lo que no me pareció extraño que, a tan solo tres semanas de haber comenzado y de conocer a todos los que nos rodeaban, ya tuviese contacto con algunos chicos. Su fina cabellera oscura, sus ojos verdosos y su altura llamaban la atención de varios de nuestros compañeros, pero más lo hacía su carismática forma de llevar la vida, cosa que se veía poco estando en un grupo de personas que no se conocían de nada. Era una adolescente con la idea clara de hacer amigos y con la habilidad para hacerlo, por lo que no se podía esperar menos de ella. Y en cierto punto, agradecía que haya sido así conmigo y que ambos nos hayamos topado con el otro el primer día; me sentía acompañado y menos cansado con ella a mi lado por más que a penas la conocía.

El profesor comenzó la clase y, con ello, mi lápiz a moverse con velocidad mientras intentaba tomar nota de lo que decía, consciente de que debería utilizarlo para el examen de ingreso, el cual estaba a una semana de llegar.

-Como verán, esta es la forma correcta de codificar un if, el cual les dará la posibilidad de elegir entre varios caminos tomando en cuenta cierta condición- explicó el profesor luego de casi una hora de introducción y conceptos puramente teóricos -En otras palabras, si esta condición es verdadera- señaló el sector de código al que se refería en el pizarrón -se llevará a cabo este bloque de código- continuó señalando otra porción de palabras -y en caso contrario el resto.

Las rondas de preguntas no tardaron en llegar, cosa que agradecía. No tenía la valentía suficiente para preguntar, pero tenía dudas.

La chica a mi lado, la cual había dejado de escribir hacía varios minutos, reía bajito y me desconcentraba mientras anotaba, provocando que tuviese que tachar varias veces lo que intentaba expresar con mis palabras. Sus dedos se movían con velocidad sobre la pantalla de su móvil, tecleando unos cuantos mensajes que la tenían bastante entretenida y que, según había logrado ver, iban acompañados de varios emojis y demás cosas, entre ellos corazones y caritas sonrojadas. No pude evitar fruncir el ceño ante eso; ¿ya iba en ese plan con alguien?

-Vale, no comprendo- susurré frustrado mientras arrojaba el lápiz sobre el cuaderno, ocultando que en realidad me había distraído y comenzaba a sentirme incómodo.

-Somos tres- susurró la chica con la vista clavada en la pantalla y los dedos en movimiento.

-¿Tres?- pregunté haciéndome el desentendido pero sabiendo perfectamente que se refería al chico con el que hablaba.

La chica pausó por un par de segundos, rio y volvió a teclear, dejándome con la duda.

-Es de él de quien te quería hablar- continuó luego de un extendido silencio, bloqueando la pantalla finalmente -¿Recuerdas al chico más lindo de la universidad?- asentí, no recordando realmente a tal chico. La realidad era que no tenía ni idea de que persona se trataba, pero sabía a lo que se refería -Bueno, resulta ser que tengo su número y llevamos hablando desde ayer.

-¿Cómo conseguiste su número?

-Del grupo de WhatsApp de ingresantes, duh- dijo con obviedad, ganándose un asentimiento de mi parte y una sonrisa cohibida por el dato obvio. Yo había conseguido su número de ahí también -Dice que no entiende nada tampoco.

-¿Está aquí?

-No, está en las prácticas ahora, pero de la misma materia- su móvil vibró sobre la mesa haciendo sonar la madera barnizada y provocando que Daniela se moviese con velocidad para tomarlo. Lo desbloqueó, abrió la aplicación y contuvo un grito, alarmándome -¡No puedes decirme que no es lindo!

Movió el pulgar sobre la pantalla y la colocó en mi dirección, mostrándome el dispositivo completo. La imagen de un chico joven se plantó delante de mí, mostrándose desorientado al igual que nosotros. Sus ojos se abrían levemente simulando sorpresa y su mano izquierda se posaba sobre su mejilla mientras que con la restante sostenía el móvil y tomaba la foto; su barba levemente crecida pero bien marcada y sus ojos color miel llamaron mi atención, aunque más lo hicieron sus labios curvados en una mueca extraña pero que se me hacía chistosa. A pesar de su rostro que saltaba entre el aburrimiento y la sorpresa, se veía sumamente atractivo, con una belleza natural que no era exagerada pero tampoco típica... nunca había visto a un chico así, o al menos hacía tiempo no lo hacía.

-Wow...- susurré.

-Sí, wow- comentó, moviendo el móvil con ilusión para que viese la foto con mayor atención, cosa que creía imposible -¡Es muy bello!

-¿Cómo se llama?- pregunté sin despegar los ojos de la pantalla.

Aquel chico parecía mirarme directamente a los ojos, como si de alguna manera quisiera hacerme reír.

-Samuel, Samuel De Luque- contestó la chica a mi lado para luego alejar el dispositivo de mi vista y encender la cámara frontal para contestar a aquel mensaje con otra foto.

Sin embargo, aquel embelesamiento que me había dejado el tal Samuel pronto desapareció cuando, como la vez anterior, la chica tecleó un par de palabras seguidas de corazones de distintos colores, los cuales él contestó de la misma manera.

No pude evitar fruncir el ceño de nuevo y devolver mi atención a la clase.

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