Pierde diez veces al día, en su mejor día. Cuenta en partes inconclusas lo único que le dejó el trabajo e inquieto revuelve los cajones buscando algo que lo incite a continuar. Bizarras deformaciones de una vida sin lujos y la oscuridad de todo lo que se convierte cuando la oscuridad de la noche hace todo un poco más...tenebroso. Esa luz que lo invita a no morir es una que inventó a lo largo de sus historias con finales tristes. Algunas veces lo podés encontrar rezando entre llantos, y en sus ojos rojos ves como le cuesta creer la miseria de su existencia.
El dolor de quien no conoce paz lo tiñe de sombras cuando los coros ya no suenan, esta noche es de él y solo de él. En sus suspiros se escuchan maldiciones en idiomas antiguos y con ellas crea monstruos que simbolizan la pena que lo carcome a cada paso que da. No todo fue en vano, o eso quiere creer, pero sus canciones no suenan bien en su voz, lo suyo es escribir con sangre propia poesías para demonios bailarines de pezuñas afiladas y dientes amarillos. Junto a la soledad camina y la locura le hace temblar los dedos, le cuesta escribir, dibuja en fuego su vida que se destruye en mil cielos.
Nadie le va a contar como es la vida en el infierno, el da el recorrido para los recién llegados en su agonía que no parece terminar. ¿Alguna vez sentiste curiosidad por ver un alma estallar en mil pedazos? Esta es tu oportunidad de reir a costa de los condenados en su vívida comedia de mil seudónimos. La agonía avisa una y otra vez, se planta en sus letras en mil ocasiones y su constancia a la hora de sufrir es digna de premiar con seiscientos alfileres clavados en su pecho. Un día más puede ser un día menos sin problemas, mientras la música suene tan sangrienta como sus pesadillas, le damos la oportunidad de levantarse otra vez para morir a las cuatro horas.
Su problema no es tan simple como vivir o morir, ni la solución es tan complicada como aprender a vivir. El asco de rodearse de mentes fáciles de contentar y personas solventes lo incita a gritar, pero como ya escucho una vez: es difícil gritar con la garganta llena de vidrios. Las más hermosas melodías lo acompañaran mientras aprende a tocar la armónica y sus sustanciales compañías lo obligarán a fingir que el mundo todavía sirve. La iglesia de los muertos de alma está demasiado concurrida hoy en día, pero paradójicamente, no podría jamás vivir sin dolor. El dolor lo mueve, lo ayuda, le da esa pizca de locura que necesita, su droga, su perdición es ese reflejo que cada vez luce más podrido y más decadente.
A veces la repugnancia de verse en un mundo tan simple y bruto lo lleva a rasguñar la pared, y las mentes que lo acompañan muchas veces rugen en busca de carne y son tan primitivas que sin dudarlo, pondría fin a su sufrimiento. Pero quizás, en su abrupto final, terminen junto a él en aquél calabozo de ardientes cráneos. El mundo se agranda y la expansión le provoca ver cada vez menos, su sed no se calma con gotas de lluvia, ni con la promesa de un día más brillante. La música de su silueta es tan lúgubre que produce temor en sus carnavales de risa y llanto.
Rápido cambia la cara, ¡rápido, que se acerca la hora de despertar! Los insectos se convierten en una viva representación de lo que algún día será su conciencia, una extremadamente fugaz explosión de mil nombres y sin identidad. Y lo excita pensar que hay una página de algún diario de pueblo reservada para el y sus ojos cerrados. Contendrá la risa hasta el último momento y así se garantizará una despedida a mil fuegos. Ahora y siempre, que su destino sea el de lluvia y ánimas desgarradas...
La vida suele complicar su percepción del mundo, la muerte le susurra al oído por las noches con promesas de vidrios rotos y sonrisas ensangrentadas. El tiempo le vende mentiras al despertar y siempre, antes de dormir, se promete morir solo en pesadillas.
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Vidrios rotos y sonrisas ensangrentadas
PoesíaUn paseo turbulento por los infiernos personales de quien no encuentra cordura en un mundo de relojes rápidos y personas vacías