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Capítulo 2 - La convicción de Elio.

Después del accidente donde perdió a toda su familia, Elio deseó haber tenido el poder de ver el futuro. De esa forma pudo haber evitado tantos eventos que lo dejaron en aquel lugar, sin familia ni sueños; perdido y en cuidado de un hombre tan frío como el hielo, y con la lengua tan afilada que cada que la utiliza para hablar solo daña a Elio en lo más profundo de su alma. No hay propósitos suficientes que lo mantengan con vida, salvo el quizás, el hubiera, lo que podría haber sido si todo fuera un sueño premonitorio.

Pero es imposible. No hay nada más que recuerdos que se desvanecen, sonidos que suenan lejanos, sentimientos cálidos que ahora son fríos.

Entonces, lo único que lo ata es lo que su familia dejó atrás, sobre todo su padre, Juan Reyes: sus palabras, sus gestos, los personajes que creó y abandonó, mundos incompletos que nunca podrán ser explorados en su totalidad, y una promesa que hace mucho tiempo se rompió.

Juan Reyes era un escritor no muy famoso, sin embargo, cada que se publicaba un libro suyo, la comunidad siempre salía a celebrar y juntarse a leer unos cuantos capítulos, aunque no todos disfrutaran la lectura. Lo que unía al pueblo era el cariño que le tenían a su padre, quien todo el tiempo tenía una sonrisa e historias fantasiosas que contar a los niños del vecindario. Fue algo que empezó a hacer para que su enfermiza hija no saliera de casa y tuviera amigos. Elio nunca fue muy fanático de los libros, pero sí de los de su papá, les tenía un cierto cariño y admiración, pese a que no fueran unos best-sellers.

En algún punto, el manuscrito de Reyes de Oro y Plata cayó en sus manos. Un libro que nunca se publicó, solo escrito para Elio como regalo de cumpleaños número dieciséis. Era inmenso, tedioso, pero hermoso. Trágicamente bello y fantasioso, por completo opuesto a lo que solía escribir. Leer ese libro era como si estuviera escuchando los cuentos antes de dormir de su padre para su hermana.

No había pensado en Reyes de Oro y Plata desde hace un año; no deseaba hacerlo después de lo sucedido. Se sintió como una maldición, algo que nunca debió estar en sus manos, ya que, un mes fue suficiente para que todo se cayera en pedazos: las peleas sin fin, las miradas furiosas y los portazos de los cuartos. Algo que se fragmentó y se perdió. Elio se sintió de esa forma, tan podrido por dentro por un mes hasta que acabó en el hospital sin familia.

Y como si la maldición de ese manuscrito regresara, Arian pregunta sobre ello.

¿Cómo es que si no tenían casi nada de comunicación con Arian es que sabe sobre Reyes de Oro y Plata?

Con esas dudas carcomiéndole la mente, el guardaespaldas abre la puerta de la camioneta negra con vidrios polarizados que se estaciona en fila con otras dos. Exagerado y extravagante, piensa Elio con una mueca de asco.

—Gracias —Eli dice en voz baja, subiéndose a la camioneta sin escuchar ninguna respuesta del guardaespaldas. La puerta se cierra detrás de él, y solo alcanza a suspirar hasta que nota la presencia de alguien más en el auto—. Buenas noches, secretario Torres.

—Buenas noches, señor Reyes. —Antonio Torres, el secretario de Arian (y algo así como el niñero de Elio) está sentado en el asiento del copiloto acomodando el horario de su tío en una tableta, sin mirarle en ningún momento por el espejo retrovisor como Elio lo está haciendo—. Espero que su caminata haya valido mi regaño y casi despido.

Elio resopla, apoyando su mano en la puerta y tapando su boca con una mano para no reírse sarcásticamente. El secretario Torres alza la mirada, ahora sí observándole por el espejo y alzando una ceja.

Reyes de Oro y Plata | Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora