2| William el decrépito anticuado.
Le dedicó mi mejor sonrisa a la pareja de ansianos al mismo tiempo que les entrego su orden, ellos me agradecen dulcemente y me retiro en dirección a la barra.Cuando tenía dieciséis años soñaba con tener un futuro como aquel matrimonio: conocer a alguien y enamorarme perdidamente; tendríamos días buenos y otros no tanto, habría discusiones e inclusive nos separaríamos un par de veces. Pero nuestro amor sería más fuerte, y volveríamos al otro porque nos pertenecíamos y nos anhelabamos más que a nada ni a nadie. Un tiempo después nos casaríamos, tal vez tendríamos hijos, dos o tres pequeños que serían la mezcla exacta de ambos; discutiríamos porque él querría pasar navidad con sus padres y yo con mi madre, o porque los niños habían cometido alguna travesura en la escuela y él los defendería; pero siempre terminaríamos solucionando todo y haciendo el amor en la oscuridad de nuestra alcoba.
Soñé con una vida así hasta los veintidós años. Anhelé un matrimonio, las discusiones tontas y los niños hasta que me di cuenta que tal vez ese no era realmente mi destino. Tuve novios que me dieron la esperanza de volver realidad aquel sueño, pero demoraba cinco o seis meses en comprender que no buscábamos lo mismo. Ellos buscaban algo pasajero, menos estable y sin tantos compromisos; yo soñaba con una familia, el amor eterno y la casita al final de la calle.
Podrían tildarme de tonta o soñadora, pero en realidad era lo que yo anhelaba tener e, irónicamente, jamás obtendría.
El mundo actual es más sencillo: compromisos efímeros, acostones de un par de semanas con la misma persona y sin corazones rotos. Sólo sexo y tal vez una que otra caricia antes de volver a la vida rutinaria desligada de cualquier relación a largo plazo.
Mi madre no me había preparado para un mundo así; crecí viendo Disney Channel, dramas adolecentes en Nickelodeon y leyendo romances eternos que prevalecían aún cuando cerrabas el libro. Mamá se había encargado de hacerme creer en todo aquello. No la culpo, en lo absoluto, solamente me hubiese gustado que me informase sobre la versión actual y menos emocional del mundo en el que vivía. Habría intentando proteger a mi corazón y sueños; actualmente el órgano que residía en mi caja torácica y se encargaba de bombear sangre por toda mi anatomía no era más que la reducción de fragmentos malhunidos que intentaba, a toda costa, proteger.
Mi corazón se había roto una cantidad insuperable de veces, algunas fue mi culpa por querer oír lo que me convenía y no lo que los chicos con los que me liaba aclaraban. Otras fue por enamoradiza, por confiar en cualquiera o entregar más de lo que la otra persona estaba dispuesta a cuidar. Aunque no todo fueron rupturas cutres y corazones aniquilados; también hubo momentos lindos, memorables y muy novelescos... aunque ninguno sempiterno.
Ladeé la cabeza de un lado a otro causando que mi cuello emitiese un sonido desagradable pero aliviador. Al otro lado del mostrador, Jack hizo un mohín con sus labios y, al mismo tiempo que alistaba la cafetera, soltó:
—¿Has considerado la idea de ir a un ortopedista? Estás contracturada.
Chasquee la lengua. Recargue mis antebrazos sobre la barra que nos separaba y observé atentamente cómo se desplazaba con agilidad por el pequeño lugar.
—No tengo tiempo para eso. Sólo estoy muy estresada... —respondí desinteresadamente.
—Uh, ¿acaso lavar los urinales te estresa?
Y dale con el tema.
Entrecerre los ojos en su dirección, y aunque estuviese de espaldas a mí pude jurar que el enano sonreía con satisfacción.
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Casi todo
RomanceAubrey Sidney siempre soñó con vivir un amor de novela romántica, aquellos amores que ella se esmeraba en leer y recrear en su mente; ese tipo de amor arrollador, turbulento, mágico... Pero tras sufrir varios corazones rotos, se resignó a encontrarl...