Querido Santa Claus,
Hoy quiero hablarte desde mi corazón, expresarte algo que va mucho más de una lista de deseos o de una promesa rota de que me seré una niña buena. Desde que tengo uso de razón escuché a muchos decir: "pórtate bien para que Santa Claus te traiga regalos en Navidad", y te confieso que en ocasiones hacía mi mayor esfuerzo en la escuela o trataba de comportarme bien (lo más difícil siempre fue parar de hablar), traté de hacer mis deberes en la casa pero te confieso que no pasó mucho tiempo para darme cuenta de lo imposible que era mantener una conducta intachable todo el tiempo ¡mucho menos durante todo un año!
No lo vas a creer pero ya crecí lo suficiente como para darme cuenta que en realidad no existes, ya me explotaron la burbuja de la fantasía y sé que en realidad mi mamá y mi tía fueron las que estaban detrás de la misión en búsqueda de obediencia a cambio de regalos. Ya he madurado lo suficiente para ver de que tu filosofía, abuelito con barba blanca, es un reflejo de la ley y la cosmovisión de la sociedad en la que vivo: "solo eres merecedor de aquello por lo que trabajas, solo te corresponde eso por lo que te esforzaste. Lo vi en la escuela, las buenas calificaciones son el resultado de un gran esfuerzo (a menos que hagas trampa), en la universidad también, solo puedes mantener un buen índice académico si te concentras en tus estudios. Cualquier premio o reconocimiento es dado a aquellos que se lo han ganado y en la mayoría de los casos, los galardonados han hecho algo meritorio para recibirlo.
Por mucho tiempo, sin darme cuenta, "recibes lo que mereces" definió toda mi forma de ver la vida y mucho peor, definió mi idea de Dios, hasta que un día mis ojos se abrieron ante "el regalo inmerecido".
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