La vida en Rohatyn era cómoda y tranquila. Aquella mañana me levanté temprano junto a mi hermana Rosella y, como de costumbre, nos preparamos para asistir a misa. Mi padre nos recibió con una de esas cálidas sonrisas que lo caracterizaban, sonrisa que se ensanchó aún más al ver a sus dos adoradas hijas, sus únicas herederas.—Alex —saludó mi madre con voz serena—pensé que no vendrían.
—Casi nos quedamos dormidas, pero por gracia de Cristo, no fue así, madre —le respondí con una sonrisa antes de mirar a Rosella, quien también sonreía con dulzura.
Pocos segundos después, mis ojos se encontraron con los de Leo, mi prometido. Me regaló una de esas sonrisas enamoradas que me hacían sentir única. Él era el hombre de mi vida. Soñaba con que mi padre nos casara en esa misma capilla y que yo pudiera caminar por el altar con un vestido blanco bordado por manos amorosas.
Mi padre, sacerdote de la iglesia, dio inicio a la misa con la tranquilidad que lo caracterizaba. Recitaba los versículos con el alma, su voz era como un bálsamo que reconfortaba a los feligreses. Pero de pronto, un grito desgarrador rompió la paz.
—¡Los tártaros están aquí!
Un hombre irrumpió en la capilla con el rostro desencajado por el terror. La gente entró en pánico. Todos comenzaron a correr despavoridos mientras los invasores entraban con violencia, destruyendo todo a su paso. Era un caos.
Vi con horror cómo atacaban a mujeres mayores, a hombres que intentaban protegerlas, y cómo se llevaban a las jovencitas. Apenas tuve tiempo de reaccionar. Agarré con fuerza la pequeña mano de Rosella. En ese instante, Leo me jaló del brazo, intentando sacarnos por una de las puertas laterales, pero fue en vano. Alcancé a ver cómo uno de los tártaros atravesaba el estómago de mi padre con una espada. Leo también fue capturado antes de poder salvarme.
Rosella y yo fuimos secuestradas. Éramos mujeres, y ese parecía ser el destino de todas las jóvenes, ser mujer era una sentencia.
—Alex... hermana... —la voz de Rosella me sacó de mis pensamientos mientras tironeaba suavemente mi cabello.
—Querida... ¿qué pasó? —pregunté, levantándome del suelo aún desorientada.
—Ya no estamos en casa... —respondió ella, y una lágrima atrevida se deslizó por su mejilla.
—No llores, querida. No permitiré que nada te toque —la abracé con fuerza, tratando de protegerla, pero ni siquiera yo sabía dónde estábamos.
Nadie podía saber entonces que esa sería una promesa que jamás podría cumplir.
Topkapi. Tres semanas después.
La gran madre sultana Ayşe Hafsa caminaba con porte majestuoso por los pasillos del palacio que ahora gobernaba. Era la mujer que había sobrevivido a las intrigas del harén, que protegió a su hijo hasta convertirlo en sultán del Imperio Otomano. Sus días como princesa consorte habían quedado atrás. Ahora era la Valide Sultan, y su palabra era ley.
—Sultana, las concubinas que recibirán al nuevo sultán ya están listas. Son muy bellas todas —informó Daye Hatun con una reverencia.
—A veces la belleza no es suficiente, querida Daye. Lo son la educación y la sumisión. No quiero problemas como con la madre de mi nieto —dijo la sultana antes de dar una última mirada a su leal sirvienta.
Poco después, el Ağa del palacio se acercó a ella.
—Sultana... Su hermano, el Khan de Crimea, ha enviado esclavas como regalo para nuestro sultán.

ESTÁS LEYENDO
Serpiente Rusa |En Edición|
FanfictionTras ser despojada de su libertad y obligada a presenciar el brutal asesinato de su familia, Alexandra es vendida como mercancía humana en el mercado de esclavos. Su destino cambia cuando es adquirida como un exótico regalo para el sultán del Imperi...