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La luz larga tiembla sobre los lagos
y la salvaje catarata salta en la gloria.
Sopla, silba, sopla, hace volar los salvajes ecos.
Sopla, silba; responde a los ecos, muriendo, muriendo, muriendo.

Lord Alfred Tennyson

La nieve se arremolinaba en los estrechos senderos del Bosque de las Raíces. Un silencioso grupo de gatos, entre los cuales estaban Fritti y sus compañeros, caminaban desordenadamente entre los árboles. A sus espaldas, las huellas dispersas se llenaban lentamente de polvo de nieve.
Saltavallas y su grupo de reclutas se dirigían a la frontera norte del Primer Hogar. Ponzoña los acompañaba hasta el borde del bosque, donde giraría hacia Vez'an, rumbo al condado de Cizaña.
Cuando Cazarrabo y sus compañeros pidieron permiso para acompañarlos, Saltavallas demostró sorpresa y Ponzoña recelo, pero ninguno de los dos puso objeciones.

-¿Por qué, en nombre de los pelos de las ancas de lomo Azul, quieres internarte en los territorios de Ue'a en esta época? ¡Y encima con una fela y un cachorro! -había gruñido Saltavallas-. Bueno, después de todo se trata de tu pelaje, jovencito.

Los reclutas de Saltavallas formaban un grupo heterogéneo de jóvenes cazadores y viejos machos extenuados que ya no atraían a las felas. Algunos, como el joven Acecharratas y, por supuesto, Cazador Diurno y Cazador Nocturno, podrían ser útiles en situaciones difíciles, pero Cazarrabo dudaba que los demás sirvieran de algo frente a los «monstruos de garras rojas» que había mencionado Saltarín. Era evidente que aquel desordenado ejército no tenía la disciplina de los Caminantes Primigenios. Se internaban por su cuenta en el bosque, reacios a permanecer unidos por considerarlo algo impropio de gatos. Por ello, cuando el grupo se detenía a dormir o a discutir el camino a seguir, tenían que esperar largo rato a los rezagados y con frecuencia salían a buscar a algún extraviado.

En la parte más fría de la Última Danza, el grupo se apiñaba en busca de calor, y dormían con los cuerpos apretados y los miembros extendidos como hojas caídas. Un movimiento súbito solía acabar en un manotazo en el ojo o la nariz de alguien y motivar interminables disputas.

Saltarín era el único que parecía disfrutar con el viaje. Cazarrabo y Sombra casi siempre estaban callados, abstraídos en sus pensamientos. La fela permanecía alejada del indisciplinado ejército de Saltavallas.

Así viajaba el extraño grupo a través de los senderos rodeados de árboles de las afueras del Bosque de las Raíces... sobre un delgado manto de nieves nuevas...

Cuando el Ojo se abrió por quinta vez desde la partida de la corte de Harar, los viajeros notaron que la vegetación comenzaba a ralear. Pronto Ponzoña se separaría de la caravana de Saltavallas para seguir su propio camino.

Para celebrar la última noche juntos, los gatos se detuvieron temprano en un matorral resguardado del viento, apenas salpicado por la nieve. Se dividieron para cazar y regresaron uno a uno, después de hazañas más o menos fructíferas.
Sombra y Cazarrabo no cazaron, pero dieron un silencioso paseo por el bosque. Caminaron uno junto al otro, sin hablar, aspirando el penetrante frío del invierno y acompañados por el único sonido de sus pisadas sobre el suelo nevado. Al contemplar los elegantes movimientos de la fela gris, más de una vez Fritti se sintió tentado de hablar, de despertar alguna reacción en la calma y reservada Sombra... pero no se atrevió a romper el silencio.

Tras detenerse a mirarlos luminosos puntos que moteaban el cielo nocturno, volvieron al matorral tan callados como habían salido.

Saltarín también acababa de regresar, y tenía el pelo erizado de frío y orgullo. Había salido a cazar con el príncipe y por lo visto había reducido sus chillidos al mínimo, pues la caza había sido buena.

La cancion de cazarraboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora