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Dondequiera que estéis nuestra agonía os encontrará
entronado en el más oscuro altar de nuestra angustia.
Bestia perfecta, bruto, bastardo.
¡0h, perro, mi Dios!

George Barker

Mordiscos empujaba, apremiaba, mordía y atormentaba a Cazarrabo para obligarlo a avanzar por los pasillos ahora abarrotados. Muchos se volvían a mirar a la curiosa pareja formada por el oscuro y musculoso Guardia de Garras y el pequeño gato anaranjado. La escena de un centinela conduciendo a su víctima al sitio de castigo o ejecución era habitual, pero, en este caso, el pequeño gato gruñía y forcejeaba: ¡se resistía! Hacía mucho tiempo que nadie veía luchar a un habitante de la superficie.

Pese a su estado de dolor, frustración e ira, Fritti observó un hecho inusual: no había esclavos por ninguna parte, los grupos de trabajo que caminaban pesadamente por las calles de Vastnir habían desaparecido. Por lo visto, ya habían concluido su trabajo. No era extraño que lo hubieran descubierto.
Mordiscos se abría paso entre una multitud de indiferentes Guardias de Garras y susurrantes Guardias de Dientes con las pieles arrugadas. Descendieron varios niveles, atravesaron la Puerta Principal y por fin llegaron a la abovedada antecámara de la Caverna del Foso.

Un grupo de Guardias de Garras discutía a la entrada de la sala del trono. El supuesto jefe, una bestia rechoncha y baja con el rabo cortado, intentaba poner orden. De repente abofeteó a uno de sus subordinados, que gimió y retrocedió, para regresar un instante después con la cabeza gacha.

—¡Eh! ¡Chafahierba! —le dijo Mordiscos a la criatura sin cola—. ¿Qué haces aquí con tu jauría de amigos de los ratones?
Chafahierba se volvió a mirar a los recién llegados.

—¡Ah, eres tú, Mordiscos! La situación está muy mal, muy mal.

—¿Por qué lloriqueas? —preguntó Mordiscos y sonrió con la lengua fuera.
—Es por lo que ha dicho Quijadas —respondió Chafahierba, preocupado—. Él y algunos otros han oído cosas extrañas en las Catacumbas Superiores.

—Algo parecido a arañazos —agregó Quijadas, ceñudo y sombrío—. Algo no va bien.

—Lo que estas bestias necesitan son unos dientes filosos —rió Mordiscos con brusquedad—. Tienes que tratarlos con pata dura, Chafahierba. —Volvió a reír y se oyó un murmullo de disgusto entre los Guardias—. ¿Y qué hacéis todos aquí? El amo os arrancará los ojos.
Chafahierba se sobresaltó.

—Si yo no venía con ellos, pensaban hacerlo solos. ¿Qué crees que hubiera pensado el amo de eso?

—Que era un motín. Ahora sigue siendo un motín, pero lo diriges tú, mi estúpido amigo. ¡Arañazos! ¡Ja! ¡Pronto descubriréis que el amo es peor que cualquier arañazo!

—¿Y qué haces tú aquí?—murmuró Quijadas con tono maligno.

Mordiscos se arrojó sobre él y comenzó a morderle una oreja.

—¡Puedes hablarle a tu jefe como si fuera un cachorrillo, pero a mí no! —gruñó Mordiscos en la oreja sangrante de Quijadas con voz grave y amenazadora. Luego se dirigió a los demás, que los miraban con nerviosismo—. Da la casualidad de que he traído un prisionero importante ante el Señor Supremo. Si tenéis suerte, estará tan encantado conmigo que olvidará arrancaros las entrañas.

—¿Un prisionero importante? ¿Este pequeñín? —preguntó Chafahierba.

—Es el único gato que ha logrado escapar —replicó Mordiscos—. Alguien debe de haberlo ayudado, ¿verdad? Parece lógico, ¿no es cierto? Y todos sabéis lo que eso significa, ¿no? —El Guardia de Garras se inclinó hacia delante para dar más énfasis a sus palabras—. ¡Una conspiración! ¡Imaginaos! —exclamó mordiscos, encantado, con todos los dientes al descubierto.

La cancion de cazarraboDonde viven las historias. Descúbrelo ahora