"Abril cariño como te envidio, no sabes lo que daría yo por volver a tener diecisiete años, tienes que aprovechar más tu juventud o cuando crezcas te arrepentirás"
Muchísimas gracias por el consejo prima segunda de mi madre cuyo nombre desconozco, entiendo que si yo estuviera en su situación, con cincuenta años, adicta al tabaco y divorciándome de mi segundo marido, el cual me fue infiel con una chica veinte años más joven, también desearía volver a tener diecisiete. Más que nada para suicidarme y no tener que vivir esa vida de mierda.
Eso es lo que me hubiera gustado contestarle pero, si hay algo que me caracteriza y de lo que estoy bastante orgullosa es de mi buena educación, así que me limité a levantar la vista del libro y sonreír a aquella mujer de la forma más natural que pude.
Mientras ella se encendía el tercer cigarro en media hora de charla, mi madre hacía lo imposible por echarla de nuestro jardín sin quedar como una maleducada.
Cuando por fin se fue Doña Nicotina mi madre se plantó delante de mi con las manos puestas sobre las caderas cual super heroína posando para una foto después de salvar el mundo.
- No has dicho ni una palabra.
- Mamá, esa mujer es insoportable.
- Ya lo sé, pero es buena persona y... -
- A las buenas personas hay que tratarlas bien - Dijimos las dos a la vez. Esa era una de las muchas "reglas de vida" que tenía mi madre y que solía decir más o menos una vez a la semana.
- Veo que te sabes la teoría, a ver cuando la pones en práctica bonita. - Dijo mi madre sonriendo mientras se dirigía al interior de la casa.
Le devolví la sonrisa y volví a sumergirme en la historia de la pobre Ana Frank, no entendía como gustándome tanto toda la historia nazi, nunca había leído este libro. Todos los veranos, cuando nos íbamos al pueblo, aprovechaba para leerme un par de libros ya que sabía que durante esas dos semanas no saldría mucho de casa.
La gente normal suele pasarse el curso deseando que llegue el verano para irse al pueblo y reencontrarse con sus amigos, obviamente eso a mi no me pasaba, porque yo no tenía amigos. Y no es que no tuviera amigos en el pueblo, es que no tenía amigos en general, bueno miento, tenía un amigo, Pablo.
Conocía a Pablo desde el instituto, íbamos al mismo instituto pero no a la misma clase, nos conocimos en una clase extraescolar a la que íbamos a aprender inglés. Desde el primer momento Pablo fue muy agradable conmigo, se interesaba por mis gustos, por mi familia, por mi vida en general, cosa que nunca me había pasado con anteriores "amigos" que había tenido.
Cuando dejamos de ir a las clases de inglés el segundo años de instituto, empezamos a quedar todos los domingos, ya que los viernes y los sábados Pablo quedaba con los amigos que tenía de su clase.
Este verano Pablo se había ido de interrail con sus colegas, me había invitado a ir con ellos pero la verdad es que no tenía mucha relación sus amigos y no me apetecía especialmente pasarme una semana recorriendo Europa y durmiendo en espacios reducidos con cinco chicos.
Los días en mi pueblo pasaron extrañamente rápido y eso que lo único que había hecho había sido leer y salir a caminar con mi madre y con Laika por el campo.
Aunque me costara admitirlo, esas semanas de desconexión me habían venido muy bien, pero todo lo bueno se acaba y, cuando me quise dar cuenta era el primer día de instituto. El primer día de mi último año de instituto, sonaba bien, pero ni en un millón de años me habría imaginado todo lo que me ocurriría ese curso.
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Abril