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CAPÍTULO 1.

—¡No te escaparás! —Gritaba el vendedor de una tienda de joyas a la que un sujeto con capucha acababa de robar.

—¡¿Ah si?! —Respondió desafiante una voz femenina mientras corría por el callejón en penumbra tras la tienda. Callejón por el que esta escapó.

Era una persecución.

Ambas personas se movían por las calles oscuras, una buscaba una salida, el otro esperaba que no la encontrase. A lo lejos se percibía el ambiente de la ciudad nocturna; los autos, la gente, máquinas y demases. Todos opacados por el ruido continuo de sus pisadas, de sus alientos acelerados y por la adrenalina. A pesar de ello, el paso rápido que llevaban comenzó a descender. El hombre, víctima del robo, se alejaba de la otra figura, aún intentando alcanzarla pero fallando debido a su insuficiente resistencia física.

Poco después se detuvo abatido por el cansancio. El sujeto de la capucha rió para sus adentros al recordar el grito de "No te escaparás" por parte del afectado.

—Creo que ya lo hice —Dijo para remarcar su victoria. Vio que el hombre hacía lo posible para recuperar el aliento, se hallaba indefenso tratando de no caer al piso. Estaba derrotado.

La figura se empezó a regodear.
Sólo por joder un poquito.

—Qué triste ¿No? —Comenzó a recitar con un tono cínico— Tantas cosas bellas que ya no estarán en la exhibición. Espero que no las vayas a necesitar. Es decir, a quién le sirven unos aros de oro con incrustaciones de amatista, una cadena de plata, un... —Mencionaba una por una las cosas que robó, que tenía en sus manos dentro de una mochila.

Sin embargo, el vendedor no le prestaba atención, estaba medio doblado por el cansancio intentando recuperar la respiración. La figura de la capucha se dio cuenta de esto y no perdió la oportunidad de joderlo un poco más.

—Estás cansado ¿Eh? Deberías mejorar tu forma —Decía en un tono burlesco tomando una posición de superioridad— Si no, tal vez no me puedas atrapar la próxima vez que me pase por tu tienda.

Pero quizá se confió mucho dentro de su papel, porque mientras estaba ocupada presumiendo su victoria, el vendedor sacaba una navaja de su bolsillo. Cuando la silueta reparó en lo que el hombre hacía, ya era tarde; él había lanzado el arma.

La intentó esquivar sin éxito. Se movió lo más rápido que pudo a su derecha, tan rápido que su capucha casi se sale. Aún así, el arma le hirió el costado de su brazo derecho. La navaja cayó tras de ella y su sonido metálico retumbó en ese silencioso callejón, lejos del centro de la ciudad.

El vendedor sonrió triunfante al darse cuenta de que pudo herirla, pues creía haberle dado su merecido por el hurto.

Quizá él también se confió mucho.

La figura seguía parada en la misma posición. Llevó su mano al tajo abierto bajo su hombro y lo tocó, su boca soltó un pequeño quejido al sentir la carne expuesta. No era un corte pequeño, hasta el opuesto lo lograba distinguir a metros de la encapuchada, era una hendidura bastante profunda. A pesar de ello, la silueta permanecía en su lugar. El hombre estaba sorprendido, no entendía por qué no se inmutaba y comenzó a preocuparse. Miró a los ojos de su contrincante con espanto y se encontró con un seño fruncido, las cuencas de sus ojos se hacían oscuras y sus cejas presionaban fuertemente sobre sus párpados. Supo que, gracias a la herida, ella estaba más enfadada que antes. Tragó en seco con temor.

Seguidamente, la misteriosa persona se quitó el gorro de la capucha. Dejó ver a una joven de rasgos asiáticos que aparentaba más o menos 20 años. Su cabello en una coleta y café anaranjado. Ojos color café y unas pocas pecas que a penas se veían con la leve luz. Esta muchacha miró al vendedor de forma amenazante, visiblemente muy molesta. Él pudo percibir la rabia en su expresión, la ira en sus ojos.

Pero ella, dentro de si misma, era otra historia. Se encontraba mucho más lejos de su visible enfado. En realidad, se sentía vulnerable por haberse dejado herir. Se sentía débil por no haber logrado escapar. Y se sentía avergonzada por no haberlo visto antes y, en vez de ello, haber estado alagándose y presumiendo.

Quizá un corte no era mucho, quizá era incluso menos, dado que era producto de un don nadie. Mas, exactamente por eso, significaba una derrota mayor. Se dejó vencer por alguien débil, ella se sentía más débil. Y empezó a desesperar. Empezó a dejar de pensar con claridad. La vulnerabilidad la alteraba, la enrabiaba. Y cuando estuvo todo hecho un lío en su mente, ya no pudo más. Comenzó a perder el control, a dejar que la ira se apoderase de ella.

Y, en un instante, lo perdió por completo.

Mientras sostenía la mirada intensa en el hombre, este notó que de a poco esos ojos café de la muchacha cambiaban su composición, se hacían claros y mutaban a un color azulado con un brillo peculiar. Inmediatamente al él le recorrió un miedo indescriptible; sabía que algo muy malo estaba pasando, incluso peor de lo que pensó en un principio.

—No tuviste que haber hecho eso, amigo —Dijo la muchacha agresivamente y con aires de superioridad. Era un hecho que lo vencería, nadie podía con ella en este estado.

Actuó inmediatamente y sin pensar, pues la rabia la guiaba. Con un simple y rápido movimiento de sus dedos lanzó un rayo eléctrico, luminoso y azulado, que dio contra el pecho del hombre y lo arrojó violentamente al piso.

Ella dio una leve sonrisa. Mientras su herida aún punzaba, la ira recorría sus manos en forma de cargas energéticas y estas seguían chispeantes. Se acercó a su contrincante amenazante, acechando su cuerpo inmóvil en el asfalto. Pero al verle inconsciente su cabeza reaccionó y de golpe reparó en lo que había hecho.

Perdió el control.

De nuevo.

Con ese reparo en su mente, sus dedos dejaron de chispear y sus ojos de a poco comenzaron a volver a su color original. Ya no sentía la adrenalina correr por si misma y volvía en su ser consecuente. Se agachó en sus rodillas y comprobó que su mano izquierda hubiese dejado de conducir energía para después con esta tomarle el pulso al hombre.

Estaba bien, nada más dormido.

Un enorme alivio la envolvió. Se sentó sobre sus talones y se rascó la nuca decepcionada de si misma.

"Auch", la herida. No la recordaba.

Se sacó la capucha de los hombros y la revisó. No estaba tan mal, pero no podía dejarla así, la sangre fluía aún y, de no detenerla y cubrir la herida, corría riesgo de infecciones. Desató una de las bandas que sujetaban los extremos de su traje, dejándolo así un poco más holgado, e inmediatamente se hizo un vendaje en el área penetrada. Gracias a sus recurrentes actividades de este estilo, tuvo que aprender mucho de primeros auxilios como medida de seguridad esencial, y en esos momentos se agradecía.

Al terminar con esto, movió el brazo para comprobar el estado de la herida y el vendaje. La herida no dolía tanto como otras y el vendaje estaba bien sujeto, todo listo. Se levantó, tapó su cara de vuelta con su capucha, y echó a su hombro la mochila con la mercancía.

—Me descontarán por esto —Le dio una última mirada al hombre tirado en el piso.

Estaba arrepentida, enojada consigo misma y decepcionada. Pero ya estaba hecho. No podía hacer nada al respecto.

Frunció el ceño sin poder dejar de culparse por su irresponsabilidad. Dejó que la hirieran y, para colmo, perdió el control y atacó a un cualquiera con "su secreto".

Desde hace unas semanas se sentía extrañamente distinta, esto no le sucedía hace años, siempre cumplía su trabajo sin errores como tales. ¿Cómo es que, después de tanto entrenamiento y experiencias, dejó que esto sucediera tan fácilmente? Algo le estaba sucediendo a ella, o quizá a su entorno.

Presentía algo nuevo y distinto, quizá peligroso.

Fuera lo que fuera, algo no estaba en su lugar. Debía averiguar qué.

Sin lograr que el tema saliera de su mente, se marchó fugazmente por otro callejón bajo la noche en la ciudad de Ninjago.

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⏰ Última actualización: Jan 19, 2021 ⏰

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