𝐏𝐫ó𝐥𝐨𝐠𝐨

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20 años atrás...

Todo lo que Valerie tenía en mente ese momento; era que todo se había arruinado.

Él la había encontrado, a pesar de que ella había pasado los últimos cinco años tratando de ser lo más invisible que podía, tanto, que las protagonistas de libros que eran pobres y se colaban en las fiestas de sus amos sin problema alguno la habrían envidiado; sin mencionar que se había alejado de su hogar, dejando así todo lo que conocía y amaba.

¿Lo peor? Estaba embarazada.

Su única esperanza era que él no lo supiera (porque a veces la esperanza es lo único que nos queda), afortunadamente, él no lo había notado y su barriga tampoco que era muy grande, de otra forma su cuerpo ya sería un amasijo de sangre y líquido amniótico en aquel suelo de mármol desgastado. Mientras todo esto pasaba por su cabeza, así mismo, un plan comenzaba a trazarse en el fondo de su mente para salir de aquel mugriento lugar; Valerie de por sí no soportaba la idea de permanecer a su lado, ya ni hablemos de dejar que él la venza, tan fácil, sin ni siquiera intentarlo, porque si algo era injusto, era haber tenido la oportunidad de procrear a alguien de su misma sangre y no pelear ni un poco por aquél ser.

¡No! -se dijo así misma-, tengo pelear por mi bebé, es lo mejor que tengo y lo único que ha hecho que no me derrumbe aquí mismo, aparte, no dejaré que ella pagué el precio por un error que yo cometí años atrás. Tenemos que salir de aquí, tenemos que vivir.

"Valerie, mi Valerie, ha pasado tanto tiempo ¿No crees tú? Pues yo sí, y siento que tenemos mucho de qué hablar, por ejemplo, sobre cómo arruinaste mi anterior plan y creo que es innecesario decir que sigo molesto sobre eso, así que espero que tengas una buena explicación para mí. " Dijo él en un tono que a la opinión de Valerie, parecía haberlo ensayado desde el momento en que ella se fue.

"Sí, bueno, yo estoy bien, gracias por preguntar", -dijo ella con aquel tono que sabía que él odiaba. "Supongo que tú, al contrario, debes estar muy mal, digo..., todos esos años que acumulaste ira en tu interior no pudieron ser buenos para tu piel, teniendo en cuenta que está más llena de arrugas que el viejo mapa de un pirata."

"No pretendas, Valerie, no juegues ese papel conmigo. Dame una respuesta a lo que te pregunté", exclamó, claramente estaba peleando consigo mismo para proyectar una voz calmada, pero rasgos de ira en la misma delataban como se sentía.

Bueno, él se estaba enojando, perdiendo los estribos y al mismo tiempo luchando para no hacerlo; quería demostrarle a ella que ahora él tenía el control de la situación, que había cambiado, que su intelecto había crecido y por ende, sus ganas de venganza por ella. Valerie se encontraba analizando a la persona al frente suyo y al espacio en dónde se encontraba, resultó que se encontraba en lo que aparentemente vendría a ser una casa muy bien arreglada en otra época, pero que ahora más bien parecía un trastero lleno de polvo. Con calma, pero no sin un tono de reproche, Valerie contestó:

"Ya que en tan precarias condiciones me tienes, y aun así me exiges una respuesta, lo mínimo que podrías hacer es traerme un vaso con agua, así y se me pasa un poco el enojo por que me tienes amarrada como a un perro."

"Si es tan sólo eso lo que pides está bien, te lo traeré, pero no creas que me he olvidado de la pregunta." Lo único que Valerie hizo, fue sonreír como si el mismísimo Ángel Gabriel la hubiese depositado ahí, y él tomando eso como una señal se fue a buscar lo pedido por Valerie.

La verdad era que Valerie no se inmutaba en lo más mínimo por la deshidratación que estaba sufriendo (el calor de la ciudad, el polvo del lugar y el miedo que sentía no jugaban a su favor), si no, lo que le preocupaba a Valerie era su plan, un poco vago y arriesgado, sí, pero también su única oportunidad; sus oscuros ojos azules registraron la sala donde se encontraba: alumbrada tenuemente por candelabros y decoraciones cubiertas por una gruesa capa de polvo, todas en tonos negros, blancos y concho de vino, había una cajonera y encima de esta, un espejo sin marco alguno, solo el vidrio, el techo estaba hecho de tumbado, no había ventanas y las paredes estaban recubiertas de un blanco hueso que parecía haber sido retocado hacía siglos ya que por dónde se mirase había pintura desconchada. La puerta estaba al fondo virando a la derecha y la de la cocina se perdía en un pasillo al virar a la izquierda; ella sabía dónde se encontraba la llave, simplemente tenía que ejecutar el plan si quería huir con su bebé de ahí.

El acto de descenderDonde viven las historias. Descúbrelo ahora