Parte Única

24 5 3
                                    

***La historia***

¿En qué somos mejores los humanos? ¿Qué es aquello que se nos da más que cualquier otra cosa y que, aparte, nos une como especie? Contar historias.

Todos los jueves a exactamente las 4 de la tarde, Elise Vogel pasaba por el pueblo para llegar al valle de las flores con un canasto para picnic. Nadie sabía porqué, al principio pensaron que sólo era una tradición para la joven, una forma de desestresarse de su día a día. Uno normalmente preguntaría, ¿qué tendría tan estresada a alguien tan joven como para necesitar un picnic semanal, por sí sola, a la misma hora siempre? Pero algo en los ojos de esa chica decían que había visto y vivido más cosas que cualquier otra chica de su edad. Había más años en su mirada que en su cuerpo, y quizás esos picnics a solas eran su forma de vivir esa juventud que alguna vez le fue negada. Pero en un pueblo como este, uno tan chico que fácil uno puede conocer a los primos del vecino de su mejor amigo, el chisme es el pan del día a día, la forma de romper la monotonía de lo cotidiano, y alguien tan distante al lugar como lo eran Elise y su hermano, viviendo en una mansión a las afueras del pueblo, era una víctima fácil para estos relatos de dudosa veracidad que todos se contaban para pasar el día.

Dudas con respecto a lo que hacía empezaron a surgir, gente empezó a querer investigar qué hacía la dulce Elise en ese campo de flores, y más cuando una tarde que regresó de sus picnics vespertinos, tenía una sonrisa que le devolvía juventud a su rostro, junto con sus ojos que se habían vuelto soñadores y una curiosa Edelweiss decorando su cabello junto con su listón. Las Edelweiss no eran comunes en el pueblo, ya que no estaba situado en alguna montaña, aunque estaba cerca de una, y nadie recordaba haberle visto esa flor cuando salió al valle. Esas flores eran cada vez más difíciles de encontrar que, aún en plena luz del día, cualquiera la notaría, esos pétalos blancuzcos característicos de esa flor eran imposibles de no ver. Fue ahí cuando empezaron a decir que la joven Elise se veía con alguien en ese valle, esos picnics eran citas a escondidas. Por un lado, muchos se alegraban, estar enamorada parecía traerle algo de brillo a la dulce sonrisa de la joven, pero por otro había ciertas preocupaciones. Se sabía que Elise había sido adoptada del caballero Basch Zwingli y que él era bastante protector con ella. No al punto de ser bastante encimoso, eso era evidente porque no era raro ver a Elise sola por ahí en el lugar, pero, a ojos de todos, sí lo suficiente como para que la joven tuviera esos picnics al lado opuesto de donde estaba su mansión. Muchos decían que Basch no le tenía permitido tener pareja y por eso sus citas eran secretas, disfrazadas de momentos que la joven tenía a solas con la naturaleza, que sólo así podría tener algo de paz con su ser amado. ¿Qué tan verídicas eran estas aclamaciones? Tan verídicas como cualquier asumpción que la gente hace sobre el porqué una persona ajena a ellos hace las cosas que hace de la forma en que las hace, adivinando el motivo detrás de sus actos sin tener el contexto en el que viven.

Esas dudas llegaban a dejar huecos en la narrativa, en la historia que se estaban creando de Elise para entretenerse y lentamente la empezaron a dejar de lado, hasta que alguien llegó con un nuevo detalle qué agregar, alguien que pasó ahí por alguna razón, mera coincidencia jura esa persona, porque iba a buscar azucenas para el florero local, y vio con quién tenía esos picnics la joven Elise. Un caballero albino, con los cabellos tan blancos como los pétalos de la Edelweiss que la joven tenía la otra noche y ojos como rubíes. Varios supieron de quién hablaba porque, en pueblos pequeños como este, los forasteros eran demasiado notorios, todos reconocen a uno con sólo una mirada rápida. Era un hombre llamado Gilbert Beilschmidt y se estaba quedando en uno de los hostales que tenía el padre de la iglesia local. El padre decía que era alguien que estaba muy enfermo, siempre rezaba por él, pero también admiraba su alegría a pesar de tener el cuerpo muy débil. Se quedaba por varios días y luego volvía a Alemania con su hermano, para luego regresar, siempre a tiempo para esas tardes que ahora se sabía que tenía con la joven Elise. A nadie le sorprendía que el enamorado de Elise fuera un forastero, era de esperarse considerando que ella y su hermano eran bastante apartados del pueblo, pero lo que sí sentó mal en el estómago de unos cuantos era la idea de que el caballero Gilbert fuera algo mayor para Elise. Se volvió un debate en el pueblo. Algunos decían que mientras no le hiciera nada malo, no había problema, que todo ahí parecía estar bien, pero había quiénes genuinamente pensaban que la integridad moral de la joven peligraba y había otros cuantos que no veían razón por la cual dar su opinión.

Día de campo entre azucenas de fuego y EdelweissDonde viven las historias. Descúbrelo ahora