Prólogo

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21 de Julio, año desconocido.

Selina Patterson

Los conflictos entre clanes eran situaciones relativamente normales. ¿Si ni siquiera se soportaban los miembros internos unos a otros? No podían pretender que miembros internos aceptaran a los externos.

Pero nunca se volvía fácil de sobrellevar. Al menos no para mí.

Estruendos, gritos y sonidos sordos.

Golpe tras golpe, no podía evitar que mi respiración se alterara.

Si alguna vez me preguntaran: ¿Qué es lo que más odio de mí? Hablaría de la conciencia que puedo llegar a tener sobre lo que escucho. Reconocer huesos, tejidos y sangre chorreando, sólo por el sonido, era una habilidad que detestaba profundamente.

Malditos sentidos amplificados.

Malditos licántropos temperamentales.

Un grito salió de mi garganta sin quererlo, la puerta principal de la casa había sido reducida en pedazos, podía sentir muchos pasos atravesando la planta baja y subiendo. Empecé a temblar, obviamente el grito los había alertado.

Sabían que estábamos aquí.

–Shh calma, calma –susurraba Tyler en mi oído mientras sus brazos se apretaban a alrededor –. Todo estará bien, sí?

–Cállate ya, Ty –le supliqué en un susurro. Él no replicó, sólo me acercó más a él, si es que eso era posible.

Podía sentir el latido apresurado de su corazón, a la par que el mío. Entendía que la relación con los Blackeyes no era la mejor, pero nunca pensé que llegarían al extremo de atacarnos de forma tan directa y agresiva, sin previos, sin negociaciones.

Sabía de primera mano todos los roces estúpidos que habíamos tenido, por territorio, por recursos, incluso por mujeres (absurdo). Pero eran temas que no reunían la suficiente importancia como para atacarnos de esta forma: desprevenidos, sin aviso.

Me salté un latido de corazón cuando la puerta de nuestra habitación retumbó con fuerza, un sollozo me iba a atravesar. Mi hermano tuvo el reflejo de taparme la boca justo antes de que ocurriera. Aguanté la respiración, no pude exhalar de vuelta por un momento.

Respira. Escuché en mi mente, pero me sentía bloqueada.

Tyler me conocía demasiado bien, y yo lo conocía mejor que a mí misma. La consejera de mi padre, la loba con más años de la manada, decía que éramos un Alma repartido en dos cuerpos, que jamás había visto a gemelos tan iguales. En este momento, él sabía que el miedo me estaba sobrepasando, no por mí.

El pecho empezó a dolerme a la vez que un hilo de aire escapaba de mi boca. La visión de unos hombres grandes junto a lobos de pelaje grueso me tenía paralizada. Destrozaron todo a su paso: volcaron la gigante cama de dosel, rompieron los espejos, las cortinas. No podía obligarme a inhalar, aunque lo intentaba penosamente.

Maldita sea, respira Sel.

Sentí un estruendo desde lo profundo de mi mente, Ty me zarandeaba con ligereza, si no respiraba me iba a desmayar. Daba bocanadas muy cortas y muy débiles por debajo de su mano.

Empecé a pestañear tratando de alejar las lágrimas que picaron en mis ojos, sin éxito, las sentí rodar por mis mejillas. Estaba muerta del miedo, y si no reaccionaba iba a estarlo en todos los sentidos posibles: muerta. El dolor en mi pecho aumentaba con cada pequeña bocanada, quité la mano de mi hermano de mi boca, tratando de respirar. No podía.

Muerta.

Muertos.

¡Cállate!

Íbamos a morir.

Corazón Que No SienteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora