Capítulo 2

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Octavia se había escabullido de la casa con una larga capa negra. Miraba por todas partes, en la oscuridad de la noche, podría ser peligroso para una mujer caminar sola. Pero tan pronto como se acercó a la casa donde se encontraría Piero, se sintió más segura y aliviada. Ella acababa de cruzar la puerta y él ya la estaba abrazando con fuerza.

- ¡Mataré a ese bastardo! – gritó para golpear inmediatamente la mesa con tanta fuerza que hicieron temblar los vasos, al igual que ella. – ¡Cómo pudo lastimarte así! – dijo acercándose de nuevo mientras pasaba sus dedos gentilmente por el rostro enrojecido y ligeramente hinchado de Octavia. – Voy a sacar uno a uno de sus dedos. – gruñó.
- No hagas eso. – respondió ella con calma.
- ¿Cómo puedes seguir defendiéndolo después de eso?
- No lo defiendo. Pero tampoco quiero que lleves la sangre de mi hermano en tus manos. Los dioses podrían maldecirnos. – concluyó.
- Encontraremos una manera de que no interfiera... Nos marcharemos si necesario, pero no dejaré que este hombre nos separe. – Ella asintió.
- Iré contigo a dondequiera que vayas. No miraré atrás. – Piero la besó. – Haré lo que quieras que haga. – Sonrió y volvió a besarla.
Después de unas horas con su amado, Octavia regresó a casa, esta vez acompañada de Piero. Necesitaba asegurarse de que ella regresara sana y salva a su casa, aunque sabía que su mayor enemigo estaba realmente dentro.
- Te espero mañana. – dijo susurrando cerca del rostro de Octavia que sonrió. Llegó a la entrada, se volvió para mirarlo por última vez y luego entró.

*****

Piero se volvió ansioso y sonriendo al oír el golpe de la puerta, pero cuando la capucha de la capa negra bajó, tragó saliva al instante. No fue Octavia quien entró, sino Cassius.

- ¿De verdad pensaste que te reirías a mis espaldas, centurión? – preguntó y pronto, cuatro soldados se detuvieron detrás de él. – Te arrepentirás del día que decidiste desafiarme. – Piero apretó la mandíbula. – ¡Arréstenlo! – ordenó y rápidamente los hombres obedecieron la orden.

No mucho después, Piero fue encadenado por los puños, con los brazos extendidos y herido. Había recibido varios puñetazos y patadas, principalmente en el estómago, y cuando perdió el aliento, fue rendido y arrastrado a esa celda por órdenes de Cassius.

Su cuerpo estaba muy adolorido y estar de pie, posicionado de esa manera terriblemente incómoda, empeoraba todo, su cabeza se sentía pesada y pendía hacia adelante. A pesar de su situación, todo en lo que podía pensar era en cómo Cassius había llegado allí. Ciertamente, la noche anterior, aunque tuvo cuidado, deberían haber seguido a Octavia. Y la preocupación era dónde y cómo ella estaría. Era un hombre cruel, ya había agredido a su hermana en varias ocasiones... La angustia de no saber nada de ella era lo peor de estar atrapado en esa celda enorme y húmeda.

- ¡Piero! – escuchó esa voz femenina que sonaba con desesperación y miró hacia arriba, viendo a Octavia aferrada a los barrotes mientras lloraba, y luego vio a Cassius a su lado. Para su sorpresa, él abrió la puerta de la celda, ella entró rápidamente, abrazándolo. – Piero, mi amor. – Ella lo miró con una mezcla de preocupación y lástima.
- ¿Está bien? – Preguntó en voz baja y ella asintió rápidamente.
- Lo siento, lo siento que te hayan lastimado. – Ella lo besó rápidamente en los labios y bruscamente echada hacía atrás.

Cassius estaba aferrado a su hermana, su codo estaba a la altura de su cintura y su mano estaba justo sobre su pecho, inmovilizando su torso por completo y a pesar de hacer un esfuerzo por intentar liberarse, Octavia se dio cuenta de que parecía en vano y pensando que la intención era simplemente mantenerla lejos de Piero, luchó poco para intentar avanzar.

- ¡Basta, Octavia! – Exclamó Cassius, apretándola aún más y la chica se quedó quieta, su respiración se aceleró y sus ojos se abrieron al instante en que se dio cuenta de que su hermano llevaba una daga en la mano derecha.
- ¡Suéltala! – espetó Piero temiendo que pudiera lastimarla mientras intentaba sin éxito escapar de las cadenas.
- ¡Llegará tu hora, maldito! – respondió apuntando la daga en su dirección para dejarla caer al suelo en el siguiente instante. – Te di todas las oportunidades para elegir bien, hermanita. – Habló bajo cerca de su oído. – ¿Recuerdas lo que me dijiste anoche? ¿Como era? "Prefiero estar muerta que casarme" – citó y la besó en la mejilla mientras Octavia lloraba.
- ¡Déjala ir! – Gritó Piero de nuevo mientras se empujaba contra las corrientes.
- Cumpliré tu deseo.

Cassius rápidamente sacó una pequeña botella y la abrió con la punta del pulgar. Con el mismo brazo que sostenía a su hermana, llegó a su rostro con la mano, apretó sus mejillas, obligándola a abrir la boca mientras Octavia pateaba.

- ¡No! ¡No! – Gritó Piero, desesperado y furioso, incapaz de actuar.
- ¡Ábrela! – Cassius habló con los dientes apretados, hasta que finalmente, apretó tan fuerte que Octavia no pudo soportarlo y cedió lo suficiente para que él metiera el líquido en su boca y luego la cubriera.
- ¡No! Octavia! – gritó Piero de agitación y la muchacha comenzó a gritar todavía con su hermano abrazándola y tapándole los labios.

El dolor comenzó a invadir su cuerpo, ardiendo, mientras Cassius la sostenía con fuerza en sus brazos, dejándola patear durante largos segundos, hasta que finalmente la soltó con fuerza en el suelo.

Octavia comenzó a asfixiarse, yaciendo a cuatro patas, luchando por respirar mientras el veneno tenía más efecto a cada segundo. Y Piero, todavía atrapado, gritó de completa desesperación mientras Cassius miraba con satisfacción hasta que finalmente ella sucumbió, cayendo de bruces, echando espuma por la boca y de ojos aún abiertos, dejó de moverse.

- ¡Monstruo! ¡Maldito seas! ¿Como puede? – gritó Piero a todo pulmón, lleno de rabia y profunda tristeza. – Era su hermana. – Cassius se le acercó – Su hermana. – murmuró llorando.
- Tengo otras dos a quienes tampoco tengo aprecio.
- Octavia... Octavia... – susurró lloriqueando – ¡Monstruo! – Le gritó de nuevo en la cara tan pronto como se acercó.

Entonces Piero solo sintió el golpe en su pecho. Sin darse cuenta por la desesperación por ver a Octavia morir frente a él, no vio cuando Cassius tomó la daga en sus manos nuevamente y ahora la estaba clavando en su cuerpo.

Con el impacto de la espada dejó de gritar y su cuerpo rápidamente se sacudió unas cuantas veces hasta que finalmente la sangre le llegó a la garganta y le corrió por la boca. Simplemente miró hacia abajo y vio la enorme mancha roja que salía de la tela y volvió a mirar a ese abominable ser que tenía frente a él.

Con una mirada de completo desprecio, Cassius soltó los brazos de Piero y se cayó de rodillas. En ese momento, Piero sintió que todo había terminado. Había perdido mujer a la que amaba y estaba perdiendo la vida. Sintió un profundo dolor en la carne, pero nada comparado con el abismo que sentía por perderla. Fue un dolor insoportable.

Incluso con dificultad, Piero se arrastró hasta el cuerpo de Octavia, y mientras cubría su herida con una mano, con la otra le acariciaba el cabello mientras murmuraba su nombre casi sin fuerzas.

Uno de los hombres de Cassius se detuvo en la puerta de la celda junto a él y observó la escena.

- ¿Qué quiere que hagamos? – Cassius lo miró.
- Espere a que muera desangrado, luego arroje el cuerpo a alguna parte. Tullius no estará triste por mucho tiempo, mi otra hermana no me desobedecerá... En cuanto a Octavia, diré que se suicidó. Eso será suficiente.

Y mirando hacia la celda, al ver que Octavia y Piero ya estaban muertos, se volvió y se fue como si nada importante hubiera pasado.

*****

Cassius nunca imaginó que matarlos desencadenaría una reacción tan aterradora para él mismo.

Para su asombro, Piero, a pesar de ser un centurión, tenía una relación de plena confianza y respeto con su propio general, Aelius, a quien una vez le había salvado la vida. Para sorpresa de todos, el hombre era plenamente consciente de la relación entre Piero y Octavia, incluso le prometió que usaría su influencia para que ambos pudieran casarse si intentaban ser detenidos y la casa donde se encontraban era de su propiedad, de ahí la segura declaración de Piero cuando le dijo que tenía los medios para permanecieren juntos.

Después de que los compañeros encontraron el cuerpo de Piero en una zanja distante y la noticia de que Octavia también estaba muerta, Aelius no tuvo dudas sobre quién era el responsable de la muerte de la pareja y haría justicia por su soldado de confianza.

Cassius todavía intentó cobardemente escapar, pero fue rápidamente arrestado, juzgado y ejecutado en presencia de su estimado Tullius, por las propias manos de Aelius, que haciendo que su espada entrara por el costado del cuello de Cassius, la cruzó dentro de su cuerpo, que, a pesar de la muerte rápida, había sido tan dolorosa como la que impuso al centurión y a su hermana.

Y así, lleno de dolor y deshonor Cassius murió y Octavia y Piero tuvieron justicia...

Historias de Muchas Vidas (Il Volo) 3 HistóriasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora