Aquella, estaba segura, era la última vez que confiaba en un alquimista.
"¡Y yo qué sabía!", me habría gritado si supiera que estoy contando su historia, pero en aquel momento Ylala se miraba al espejo, horrorizada con su nuevo aspecto. Aquella mañana había caminado hasta el pueblo con la esperanza de ser la primera en llegar a la Cueva de Shyamalan, que no era sino un nombre algo excéntrico para una peluquería en medio del bosque. Se decía que el peluquero tuvo un pasado entre la vida y la muerte y que prefirió dejarlo antes de que los cambios de humor le llevaran a quedarse para siempre en el lado incorpóreo. La rumorología es como la niebla: te deja agotado y nunca estás seguro de si lo que estás viendo es real. Pero quizá el cotilleo es lo único que la gente de castillo tiene en común con sus súbditos.
Llegó la segunda. Era lunes. No es como si fuera determinante, pero la desgracia tiende a juntarse con su igual. Ylala esperó pacientemente en el exterior de la Cueva, una gran abertura en la raíz de un árbol milenario. Fuera, Shyamalan había dispensado algunas sillas y una cesta con pergaminos sensacionalistas. La joven no les prestó atención; paseó por los alrededores sin desviarse demasiado hasta que el primer cliente, un anciano calvo, abandonó la peluquería. Ylala reconoció que el emplazamiento no podía ser más hermoso: el aire traía la fragancia de las amapolas mezclado con la humedad de los árboles, el verde brillaba con la incandescencia típica de un encantamiento, solo que aquel lugar era tan real como ajeno a la magia. O eso pensaba.
El interior de la Cueva de Shyamalan compartía rasgos con el paisaje. Los asientos y los lavabos estaban tallados en madera. El agua llegaba a través de una red de mangueras que recorría la pared como una madriguera de pequeñas serpientes. La decoración era austera: del techo colgaba una campánula grande y blanca, cuya luz confería un tono plácido a la estancia, y había tres, cuatro, ¿cinco? cojines rojos repartidos por los taburetes y el sofá, que no era sino un brazo de árbol con espacio para dos personas.
El propio Shyamalan le dio la bienvenida al entrar. Hizo un par de aspavientos con los dedos, señalando su melena raída, y dijo:
—Querida, menos mal que has llegado la segunda. Solo tendremos que matar al viejo Chen para asegurarnos de que nadie te ha visto con esos pelos.
Shyamalan es un hombre con muchas virtudes. La empatía no era una de ellas. Aun así, Ylala se abandonó a las manos mágicas del peluquero, quien en más de una ocasión afirmó que era un estilista, un artista del cabello, la reencarnación misma del buen gusto. Con tales precedentes, Ylala pensó que brillaría en la defensa de su tesis. Se había pasado los últimos cinco años de su vida estableciendo relaciones directas entre el tipo de inteligencia de las personas y la clase de magia que desarrollaban. Las conclusiones eran prometedoras. No podía esperar al crepúsculo para mostrar su estudio.
Pero esperaría.
Ylala se adentró en la duermevela que provocan los masajes de cuero cabelludo y soñó que se convertía en Doctora de Magia Moderna. Mientras tanto, Shyamalan le cortó las puntas y preparó un tinte en un cuenco que nacía, también, de un tronco desprendido. Ahora podría detenerme a explicar con detalle que Shyamalan usó cresta de dragón en vez de pasta negra y los efectos de todas las propiedades erróneas que acabaron en el cabello de Ylala, pero no tengo demasiado tiempo. Diré, en resumidas cuentas, que el peluquero mezcló el pasado con el presente... y estropeó el futuro.
A su favor confieso que esa fue la primera vez que cometió un error. En contra, que no soporta las críticas.
No supo del resultado final hasta que el tinte hizo efecto. La aburrida melena de Ylala creció hasta el suelo y se adhirió, dura, a la espalda, recorriendo en línea recta la columna vertebral. La piel se escamó en varias zonas de sus extremidades como eccemas, las uñas se alargaron, afiladas, los ojos se convirtieron en motas ambarinas. Su cuerpo quedó a medio camino entre dragón y humana. Cuando Ylala se miró en el espejo, saltó sobresaltada por el asiento y se dio con el trasero en el suelo. Ninguno se dio cuenta, pero al levantarse dejó parte del suelo hecho trizas.
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Una deuda elemental
FantasyYlala es una mujer a punto de defender su tesis frente al tribunal de Magia Moderna. La mañana del día D acude a la famosa peluquería Cueva de Shyamalan, nombre homónimo de su creador, un alquimista retirado y excéntrico que no soporta las críticas...