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Capítulo 3 - La cicatriz de Elio.

Un Elio Reyes de diez años entró furioso a su hogar, cerrando de un portazo, y trató, inútilmente, de escapar de sus padres que estaban platicando en la cocina que se compartía con el comedor y la sala. No quería que lo vieran, tapándose el rostro lloroso con sus manos cuando un preocupado Juan lo tomó del brazo antes de que se escondiera.

¿Eli? ¿Qué tienes, Eli? Preguntó Juan, hincándose para estar a la misma altura que su hijo. Elio seguía sin dirigirle la mirada ni quitar sus manos de su cara, hipando y sorbiéndose la nariz—. Elio, ¿por qué lloras? Por favor, retira tus manos de tu bello rostro.

Elio negó con la cabeza.

No.

Juan Reyes hizo una mueca ante la negativa y suspiró.

¿Por favor? Déjame verte...

Eli quitó sus manos lentamente, sin poder ir en contra de su padre más, pero no lo miró a los ojos. Uno de los suyos estaba rojizo y con sangre goteándole de la esquina de sus cejas, las mejillas estaban sonrojadas por su llanto y Juan Reyes solo alcanzó a retener su respiración ante el asombro.

Papá, ¿soy un monstruo? Elio murmuró, dejando caer otra lágrima. Esos preciosos ojos grisáceos con tonos dorados estaban tan tristes, devastados, temerosos de cómo sus padres reaccionarían ante él.

Juan negó vehementemente y atrajo a su hijo contra su pecho, abrazándolo con firmeza.

No, por Dios. Claro que no. Elio, ¿quién te hizo eso? Jaló a Elio otra vez hacia atrás, para tomar entre sus manos su rostro y acariciar las heridas que lo adornaban—. Eli, por favor, contesta. ¿Quién se atrevió a lastimarte? ¿Peleaste con alguno de los niños?

Papá... sollozó Eli, queriendo volver a ser arropado por los brazos de su padre—. Mis amigos... Me aventaron piedras... Dijeron que soy un monstruo porque... encontramos un animalito, un pajarito con el ala rota... Todos lo estaban acariciando y cuando... cuando lo toqué... Se murió. ¡Papá, se estaba ahogando y murió! Yo juro que no hice nada, solo murió, lo juro, papá... entre hipidos contó, asustado.

A Juan le empezaron a temblar las manos, sabiendo exactamente qué estaba pasando. Se volteó a ver a Sasil, su esposa, quien acarició su cabello con preocupación, abrazándose a sí misma sin saber qué hacer.

Te creo, Eli. Te creo... volvió a abrazar a Elio contra su pecho y acarició su espalda, murmurando palabras reconfortantes.

Una vez más, Elio pasó la noche en vela, observando la lluvia caer en la madrugada sin poder evitar los recuerdos del accidente.

Ahora que está en la terraza del colegio, sin importarle las consecuencias, trata de observar a la gente pasar y conversar para poder olvidarse de sus problemas. Elio le mintió a Arian al decir que socializa, ya que no ha entablado ninguna relación con sus compañeros y no piensa hacerlo. Siempre se le han dificultado las relaciones de cualquier forma; la última vez que tuvo amigos, estos lo apedrearon porque un pájaro se murió justo cuando lo tocó. Entonces, la gente del pueblo lo evitaba, rumores crueles persiguiéndole y se volvieron peores al ser el único sobreviviente del accidente de su familia. Pero, Elio ya no vive ahí y no piensa volver.

Por lo tanto, observar a la gente es entretenido, sin involucrarse en sus vidas. No hay razones para que quiera formar parte de ellos, salvo el que tal vez ayude a la carrera de su tío y esa es otra excusa más para evitarlos.

Reyes de Oro y Plata | Libro 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora