Baruch Spinoza

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Desde altas horas de la madrugada un fuerte dolor se hizo presente en el pecho de Tsukishima Kei y, si bien fue capaz de ignorarlo durante un par de horas, a eso de las seis se levantó dispuesto a informar a el profesor Takeda o el entrenador Ukai de su malestar.

No esperó encontrarse en el pasillo camino a la habitación de los profesores a la menor de las manager de su equipo, sin embargo todas las alarmas en su cabeza se encendieron al verla sentada contra una pared con sus manos sobre su pecho intentando controlar su respiración. Estaba seguro de que era similar a como se veía él desde hace unas horas.

Yachi-san ¿Que sucede?— No tardó en agacharse a su lado, ambos contaban con una terrible palidez.

¿Tsukishima-kun?—en cuanto la más baja levantó la mirada encontró un par de ojos chocolate que únicamente reflejaban preocupación— estoy bien, repentinamente sentí que me quedaba sin aire, es la primera vez que me sucede algo así— no sabia que hacer, así que decidió quedarse junto a la rubia hasta que recuperó un poco de color, hablándole por casi diez minutos para que no se sintiera sola— ¿Que haces despierto?— La pregunta lo tomó desprevenido, automáticamente se tensó.

Yo...— se vio interrumpido por una fuerte presión y un dolor invasivo en todo el cuerpo, estaba seguro de que perdería la conciencia pero sintió que lo guiaban al suelo, quizá en caso de que eso sucediera.

¿Tsukishima-kun? ¡Kei! ¡Por favor respira!— sentía como las manos de la contraria acariciaban su rostro con delicadeza, ayudándolo a mantenerse consciente— tienes que intentar tomar aire ¿Si? Vamos— pudo sentir como sus manos se entrelazaban con unas más pequeñas, eran realmente suaves, le trajeron tranquilidad permitiendole tomar aire—Eso es... — tras él ataque respiratorio que habían sufrido ambos individuos se quedaron sentados en el suelo y sin darse cuenta, aún con sus manos entrelazadas.

¿Que demonios está pasando?— el rubio habló con rabia, le molestaba sentirse débil.

No lo sé ¿Crees que sea algo contagioso?— estaba asustada, sin embargo prefería creer que era una coincidencia.

No— la mirada seria del más alto solo logró alterarla aún más.

¿Eh?

Solo es... un mal de amores— aunque fingiera indiferencia su mirada se mostraba aterrada, de forma automática Yachi lo entendió.

¿Te refieres a...?

Si.

—Yo.. creí que era un mito urbano.

—Yo creía que era una estupidez hasta hace un par de horas— la voz, antes débil, sonaba ahora más serena, a pesar de mantener su seriedad.

Tendría sentido, pero solo en tu caso.

—Cierto, tal vez estás por resfriarte

—Tal vez— Al ver ya estable al más alto Hitoka decidió que debía avisar de la situación a sus profesores—Voy por un poco de agua, no te vayas a mover de aquí.

No te vayas— por reflejo Tsukishima sujetó la muñeca de la contraria, y aunque se sentía muy avergonzado decidió que era mejor hablar—tengo miedo.

Volveré rápido, además necesitas tomar algo— en su intención de convencerlo acarició su cabello, esperando que se relajara un poco— ¿Prefieres té?

Por favor... Gracias Yacchan— la rubia se levantó para salir corriendo, pero primero paró en una de las máquinas expendedoras en busca de la amarga bebida. En su cabeza resonó aquel mito urbano: Hanahaki, flores creciendo en tu pecho a acusa de un amor no correspondido. Para sí misma no tuvo sentido, después de todo sentía que no había sentimientos unilaterales en esa historia y estaba casi segura de no estar equivocada.

Todas las formas del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora