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OCTUBRE
El rostro pálido, impasible, y lastimero de las estatuas de los santos me recuerdan que yo también soy una mártir en vida.
En el ábside, rodeado por un muro de velas fabricadas con cera de abeja, se encuentra un estrado de madera negra que permanece detrás de un altar conformado por magnolias blancas. Los monaguillos sostienen incensarios que esparcen vapor en medio de las hileras de bancos, hechos de caoba, y de los reclinatorios que están en el frente.
Reconozco a las hierbas aromáticas que llenan al aire: Salvia y romero. El olor es agradable y me recuerda a la casa que la abuela tiene en el campo; ahí existen memorias de genuina felicidad y de tranquilidad, pues no hay nada mejor que caminar en la pradera del bosque o cocinar mermelada de naranja junto a ella.
Ansío que el verano comience, en las vacaciones me quedaré en la finca y no tendré que preocuparme sobre asistir a las misas de la iglesia. No habrá nadie que me regañe o que me lastime.
Mi buen humor se esfuma en cuanto percibo que un par de ojos de perro analizan con cuidado a mi expresión. De inmediato enderezo a mi postura y aliso a las puntas del velo de encaje que cubre a mi cabeza, finjo que me encuentro atenta a las palabras del sacerdote y asiento comprensiva mientras habla de los santos mártires.
No me interesa oír de sus muertes crueles o saber que algunos de sus órganos fueron preservados por la iglesia, pero es mucho mejor escuchar sobre apedreamientos que darle importancia a la existencia de Brant.
Mi hermano es asfixiante, siempre queriendo estar cerca de mí justo como si fuera mi sombra.
Vomitaré el almuerzo en cuanto lleguemos a casa. Lo haría ahora, pero prefiero evitar las consecuencias de tal bochorno.
Reprimo un escalofrío al sentir que una de las manos de Brant toca mi muslo, masajeándolo de una manera que incrementa al asco. Trago con fuerza, deseosa de que él se aparte y me deje en paz.
Odio a Brant, odio que esos ojos de perro siempre se mantengan escudriñando a mi pobre alma.
—Octubre —susurra sobre el lóbulo de mi oreja—, presta atención.
Le sonrío dulcemente para evitar un problema.
—Claro que sí, hermano.
No hay sentido en discutir con él, porque yo acabaré con el cuerpo hinchado a causa de varios moretones. He aprendido que lo mejor es complacerlo y obedecer.
Mi hermano siempre se ha excusado con que soy muy débil para ir sola por la vida, dice que una mujer jamás debe de intentar tomar su propio camino y que lo más sensato es tener a alguien que pueda protegerme.
...La verdad es que no compartimos ninguna gota de sangre, lo que nos une es el apellido y los papeles de adopción que su padre firmó hace mucho tiempo atrás. Yo soy la extraña dentro de su familia, pero él me quiso desde el primer instante en que sus ojos se posaron en mí.