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—Señor, hay una llamada del Consejo.

Emilio abrió los ojos, y asintió con cansancio. Miró a través de la ventana y observó que estaban cerca de su residencia, solo quería refugiarse en su dormitorio. Esa noche quería vaciar la mente y olvidarlo todo, tener unas horas de descanso en las que poder centrarse y no permitir que su corazón rugiera cada minuto del maldito día.

—¿Señor, quiere que les diga que no estás disponible en estos momentos?

—No —le interrumpió. Por mucho que le tentara no responder la llamada, tenía que hacerlo—. Puede ser algo importante para que me interrumpan en mi hora de descanso —preguntó directamente cuando le dio a aceptar la llamada desde la tablet.

Desde el otro lado de la línea, se escuchó un carraspeo antes de que le relataran el motivo de la llamada.

Con cada palabra el rostro de Emilio se tornó gélido, enfurecido. Perder a un equipo de Primares era un duro golpe para el Consejo, una jugada arriesgada con la que debilitar a los miembros, y solo podía significar una cosa, alguien quería un puesto en la mesa y no dudarían en hacer lo que fuera necesario para conseguirlo. Cada Consejero disponía de un equipo de Primare con el que actuar y hacer valer sus órdenes, y se aseguraban que fueran los mejores, pues así garantizabas que tu puesto se mantuviese en el tiempo. Para poder mantener el anonimato, solo los jefes de las Unidades conocían en persona al Consejero para el cual trabajaban, los demás miembros solo debían seguir las órdenes impuestas.

—¿Qué equipo Primare ha caído? —acabó preguntando, necesitando saber este pequeño pero importante detalle. Estaba seguro que el suyo no había sido atacado esa noche, pues estaban de limpieza en la casa de su ex amante y enviando el cuerpo del hombre que le debía dinero a su familia como aviso de que la deuda seguía pendiente.

Según el equipo caído tendría una idea de que miembro del Consejo o bien peligraba su vida, o bien quería jugar al despiste al tiempo en que se aseguraba cada movimiento para conseguir más poder o para incluir dentro del círculo a una persona de confianza con la que formar una alianza estratégica.

El Consejo era un nido de víboras en el que luchabas cada día por tu vida, en la que un mal paso dado te precipitaba a una muerte prematura, pues el cargo de Consejero era perpetuo, y para que quedara una plaza vacante a la que optar tendría que haber alguna baja.

—El equipo de Jefferser. —La tablet de Emilio cayó al suelo del coche, y su rostro perdió todo color, rallando el blanco roto.

«No. No puede ser. No es posible. Ese equipo no. Ese no». Gritaba dentro de su mente su propia voz, enfurecida, desesperada, consternada. «¡Ellos no!».

No quería creerlo. Debía ser un error, pues de ser cierto...

«¡NO!». Gritó de nuevo. No quería ni pensarlo. No podía pensar en no volver a ver a...

Cerró los ojos buscando normalizar su corazón. No lo consiguió. Estaba temblando, con el corazón galopando con fuerza contra el pecho y sintiendo los ojos enrojecidos, como nunca antes los sintió. Estaba a un paso de romperse, de ponerse a gritar jurando venganza, y golpear todo lo que le rodeaba.

—¿Consejero Emilio?

Escuchar aquella voz le hizo volver a la realidad, e ignorando la mirada sorprendida de Diego, quien había detenido el coche cerca de la urbanización en la que vivía, y que no podía creer que había dejado caer la tablet al suelo en medio de una conversación. Era un comportamiento inusual por su parte, lo sabía, y estaba seguro que tendría consecuencias. Estaba perdiendo el control sobre sus actos, sobre sus pensamientos, sobre las prioridades de cada día, y no podía darse el lujo de esto, no cuando una debilidad podía ponerle en peligro su vida y la de...

Eres Mío • EmiliacoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora