Lo miré fijamente a sus enormes ojos azules, observe como el sudor bajaba por su mejilla y después hasta su cuello, las vacaciones estaban a punto de terminar, pronto el volvería a la universidad y yo a mis deberes.
- No quiero que te vayas – dije mirándolo con cara de preocupación.
- Solo será entre semana – dijo sonriéndome y tomándome con ambas manos de mis hombros – prometo que nos veremos los fines de semana – me guiño el ojo – no habrá ni un solo fin que no me veras – me besó.
Mi mirada rápidamente bajo hacia el suelo, sabía que era verdad, pero también sabía que lo extrañaría tanto, que me haría falta su presencia, sus locuras, sus besos y caricias.
Asentí.
- Estaremos juntos, por siempre – dijo mientras sonreía.
- ¿Lo prometes? – pregunté
Caleb se dio la media vuelta y camino hacia el frente, a su lado solo se formaba su silueta en color negro, y de fondo muchísimas luces hermosas de nuestra ciudad.
- ¡Prometo amarte... - grito al vacío Caleb mientras miraba las luces de la ciudad – prometo estar contigo por siempre!
Camine hacia su lado, y lo tome del hombro, volví a mirarlo, volví a sentir su calor, sabía que había escogido al hombre indicado, sabía que él era lo mejor que me había pasado en la vida, nos tumbamos en el césped de la montaña y observamos el cielo lleno de estrellas. Estaba contento de la noticia que me había dado, de su carta de aceptación en la universidad.
- ¿Sabes? – dijo volteando a ver las estrellas – Cuando este allá, buscare una casa, aunque sea pequeña, y cuando te gradúes... – levantó las manos al aire y después me miró fijamente – quiero que me acompañes.
- ¿Los fines de semana? – pregunte.
- El resto de nuestra vida.