IV (Percico).

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Vuelve a mirar el reloj y su estómago se retuerce pensando en las razones de su tardanza. Sin siquiera pensarlo, sus pies comienza a alejarlo de la Casa Grande, donde todos los mestizos esperaban con ansias a los protagonistas de la misión, que ya deberían haber llegado; ya no podía soportar la tensión, los comentarios inseguros, y a todos los que querían lucir preocupados sin saber que él era quien más nervioso estaba.

Intenta desvíar su mente a otros temas, intentando matar el tiempo hasta el momento en que volvieran, pues debían volver, esa era la única condición bajo la cual lo había dejado marcharse, pero su mente volvía siempre hacia el mismo triste y sombrío tema: "Debí dejar que él les contara sobre nosotros, debí dejar que él se los dijera antes de ir, entonces yo podría decir algo en su funeral, al menos", se repería una y otra vez. Se deja caer en la orilla del lago y cierra los ojos, apretándolos; odiaba sentirse así, tan debil -siendo tan poderoso-, vulnerable, incluso fragil.

Intenta cambiar el rumbo de sus pensamientos, pero estos siguen atormentandolo cada vez más mientras seguía pensando en qué haría si no volvía, si el silencio en la casa grande se hacía más grande y nervioso hasta que llamaran a una reunión para debatir la situación. Vuelve a mirar su reloj y se obliga a respirar profundo cuando las agujas dan fin a una hora más desde su partida; solo ahora puede darse cuenta, lo ama.

Ama sus ojos color mar, su sonrisa despreocupada, que esbozaba sin notar cúan hermoso era, ama su risa, que escapa suavemente desde su garganta y para corretear hasta él provocándole escalofríos, ama alborotar su pelo, incluso ama su testarudez; solo ahora puede notar que lo ama. Y por eso duele tanto.

- ¿Ya te atormentas? Solo se atrasó un poco el coche...tres horas..-todos los nervios de su cuerpo reaccionan por la cercanía de la voz que llevaba días ansiando oír, un escalofrío recorre su espalda mientras se levanta lentamente, temiendo que desapareciese como una ilusión - Los demás me dijeron que estabas aquí.

Percy continúa con su monólogo mientras se acerca a un Nico tan aliviado que teme moverse por miedo a caer.

- ¿Qué sucede? ¿Te comío la lengua el perro del infierno? -Nico se abalanza sobre el rodeándolo con sus brazos y escondiendo su rostro en su cuello.

-Púdrete, sesos de alga -se limita a responder.

Percy no puede evitar reír un poco mientras beso su cabello, tan concentrado en aprovechar cada momento junto a él que no puede hacer más que cerrar sus ojos, con una sonrisa que no se iría en días, y abrazarlo de vuelta.

Palabras recicladas...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora