Capítulo 1

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Era común que en aquella ciudad, las mañanas de otoño fueran frías. Shoyo acostumbraba a salir a correr en la mañana, y nunca le había importado la temperatura exterior. Aquel día, al despertarse por culpa de la alarma, sintió como el frío calaba en sus huesos. Toda fuerza de voluntad que tenía para levantarse, se disipó rápidamente.

No se dio cuenta de que no había salido de la cama hasta que una pequeña pelinaranja se coló en su habitación. La niña daba saltitos alegres mientras se aproximaba a su hermano.

—Buenos días, tato —gritó subiendo a la cama del chico. Amaba hacer aquello y que Shoyo jugara con ella. Al contrario de lo que esperó, su hermano se removió entre las sábanas con incomodidad—. Mamá ha hecho un desayuno super bueno —le dijo con ilusión, tratando de animarlo.

—No tengo hambre...

La niña puso un mohín, inconforme con la respuesta de Shoyo. Finalmente, el chico se levantó a regañadientes para evitar el berrinche de Natsu.

Ambos bajaron a la cocina, saludando a su madre y sentándose delante de la mesa. Encima de esta había dos tazas de chocolate y una bandeja con galletas. Ya hacía tres meses que había cumplido diecisiete, pero no podía negar que sus gustos en la comida eran algo infantiles.

—¿Todo bien, cariño?

Escuchó la voz de su madre y se volteó hacia ella, mirándola confuso.

—¿Por qué no iba a estarlo?

—No has salido a correr esta mañana.

Shoyo arrugó los labios.

—Estoy algo cansado, deben ser los entrenamientos. El campamento de verano y todo eso, ya sabes.

Una excusa tan vaga no era creíble, hacía más de dos semanas que había vuelto del campamento. Su madre decidió no insistir.

—¿Podrás llevar a Natsu al colegio? —preguntó la mayor.

—Claro —contestó terminándose su chocolate—. Yo la llevo.

Dejó la taza en la cocina y se encaminó a las escaleras. Se cambió rápidamente y preparó su bolso para el entrenamiento y la mochila del instituto. Ambos hermanos salieron de casa diez minutos después. Acompañó a Natsu al colegio, despidiéndose de ella en un abrazo.

—Sonríe, tato, es extraño verte así.

Shoyo curvó las cejas, entre confundido y sorprendido. Segundos después, hizo caso a la pequeña y elevó las comisuras, llevándose una gran sonrisa de su parte.

Cuando Natsu por fin entró a clase, Shoyo comprobó la hora en su reloj y maldijo el momento en que no se llevó la bicicleta. Tuvo que correr para poder llegar a tiempo a la primera clase y, aunque iba tarde, al entrar al recinto pudo divisar la cabellera azabache de su compañero de equipo, Kageyama Tobio.

Ellos dos tenían una rivalidad ciertamente extraña. Eran cómplices y enemigos a la vez. Al principio se peleaban por la cima, más tarde, por ver quien caía antes en sus encantos. Ninguno de los dos sabía cuando empezó aquel tira y afloja de coqueteos y palabrerías cursis, pero no querían detenerse. Tal vez empezó aquella vez que Yachi insinuó que parecían pareja, o cuando Hinata consoló a Kageyama tras ser rechazado en el campamento que quería.

Fuera cuando fuera, ahora ya nadie podía detener el juego. Ni siquiera ellos podían.

—Qué cara —soltó el azabache, viendo el rostro cansado de su amigo.

—¿Te has visto tú?

Las palabras dichas con mala gana sorprendieron al alto, quien no estaba acostumbrado a que Shoyo le contestara de aquella manera.

—¿Qué mierda te ocurre?

Hinata apretó los dientes, tensando su mandíbula.

—Nada —respondió seco.

—¿Te has quedado sin bateria o qué? —trató de bromear.

—Déjame en paz.

Tobio frunció el ceño. Esto no era normal. Shoyo siempre jugaba el mismo juego, devolviendo las bromas con el mismo fuego, pero hoy algo estaba mal.

—¿Te levantaste con el pie izquierdo o qué? ¿O es que por fin admites que soy demasiado para ti? —bromeó, aunque esta vez su tono era más suave, casi cauteloso.

La respuesta nunca llegó, de hecho, se alejó, dejándolo atrás,

Terminando clases, la gente se esparció por el recinto, yendo a sus respectivos clubs. Kageyama, aún con la duda removiéndose en su pecho, se dirigió al pabellón. Por el camino, se cruzo a varios de sus compañeros.

—¿No vas a decir nada hoy, enano? —se burló Kei Tsukishima del pelinaranja.

Este soltó un suspiro cansado, sin la energía habitual. Tobio notó que las mejillas de Shoyo estaban más pálidas de lo normal, y que un ligero temblor recorría sus manos. Algo se le removió en el pecho. Esto no era una broma.

Por desgracia, llegaron al pabellón y tuvo que aparcar la pregunta hasta, por lo menos, terminar el entrenamiento.

Al finalizar, como muchos otros días, los integrantes del Karasuno decidieron pasar por la tienda del su entrenador. Ukai. Además, sería una excusa para verlo, ya que aquel día su familia lo había obligado a atender la tienda.

Shoyo se sentó en el bordillo de la calle, a la espera de que sus amigos salieran. De repente, unos pies se pararon frente a él. Elevó la mirada hasta cruzarse con la de Kageyama, que le tendía un bollo de carne.

—No tengo mucho hambre...

El azabache frunció el ceño, pero siguió insistiendo hasta que el pelinaranja lo tomó. No pasó desapercibido por nadie el hecho de que no probara bocado.

N/A

Hola magdalenitas jiji. Algunos sabréis que ya estaba haciendo una corrección de esta historia que escribí en 2021, pero aquí andamos, volviendo a escribirla.

Espero no tardar demasiado en la corrección, ya que es una historia corta.

Os quiero y os como un pie, muak.

{15 setiembre 2024}

Aquí podemos casarnos | Kagehina [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora