Luces rojas:
De la mano de un hombre colgaba un oso de peluche. El juguete pesaba,
cargaba en él las conversaciones inocentes, los besos cálidos y los abrazos
nocturnos de una niña fallecida.
Los recuerdos se habían vuelto un vicio. El hombre recorría de extremo a
extremo su memoria, arriesgándose a ser despedazado. Adentro, todo eran
imágenes: su hija en la cuna, la emoción de verla caminando por primera vez, la
inolvidable música de sus labios al decir papá, sus frenéticas y divertidas
carreras por toda la casa, su risita al sentir cosquillas en el estómago. Su muerte.
La memoria hizo énfasis en esa parte:
Fue un día en que el sol y las nubes parecían cantar. Los zapatos de la niña
pisaban el concreto sin lastimarlo, el parque estaba repleto de árboles, niños,
padres y rostros alegres. Sin embargo, el ruido de un motor mató la paz. Un
adolescente había tomado un atajo intentando impresionar a su novia en turno.
La motocicleta evadió algunos obstáculos, pero perdió la destreza al toparse con
la niña.
Esa tarde, el cielo rompió en llanto.
El juicio fue breve, el chico fue protegido por la sombra de su familia
acomodada. El jurado pronunció la palabra «inocente», y la impotencia quemó la
carne del padre de la niña...
Ahora, después de ver al tiempo comerse los meses, sólo quedaba un hombre
triste y un sucio oso de peluche. Ambos tenían recuerdos en común, momentos
inmortales a lado de la niña.
El hombre observaba el semáforo. «Si le dices te quiero, se pondrá rojo», eso
fue lo que una vez le dijo a su pequeña. El oso lo miraba, él hombre lo sabía y
por eso no volteó. Era tiempo de despedirse, debía regalárselo a alguien más.
El oso y el hombre ahora se conocían bien, compartían una pena, disparaban
miradas a la nada. Extrañaban a la misma persona. «Fueron buenos tiempos,
viejo amigo».
*
Un chico salió de la tienda con una cajetilla de cigarros. Subió a su auto nuevo,
el cual era más ostentoso que su antigua motocicleta. Arrancó, tenía en mente
dos buenos lugares para divertirse esa noche, pero aún no se decidía. Mientras analizaba sus opciones, divisó una peculiar figura en el retrovisor: un oso de
peluche.
Una mueca de incredulidad pintó su rostro. Se detuvo al llegar al semáforo, y
luego, un poco abrumado, estiró el brazo para alcanzar el peluche.
Entonces, un hecho curioso activó la alarma en el adolescente: luces rojas, en
el interior del oso aparecieron luces rojas.
Los demás autos frenaron de improviso y los gritos abarrotaron la avenida
segundos después de la explosión.
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.Cuentos Para Monstruos.
TerrorLibro de: Santiago Pedraza ¡Yo solo lo estoy poniendo a su disposición, no robo los créditos ni nada parecido!