primera noche.

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Suspiré e inmediatamente me encontraba en el mismo lugar. 

El claro del bosque solo tenía pastizal seco y oscuridad, a pesar de la luz de la luna.

¿Era aquello lo que realmente atemorizaba?

Las pisadas se hacían más ruidosas y cercanas;

me he vuelto a encontrar indefensa, con una simple prenda patética como protección: un vestido blanco deslizándose sobre mis rodillas esqueléticas.

 En cuanto logre percatarme de su aura densa y corpórea, levanté tímidamente la mirada. Apareció, como de costumbre, entre la sombría penumbra, pálido como una taza de leche fría, introducido delicadamente en prendas de los tonos mas lóbregos que he visto jamas. 

Con su índice derecho, dio un golpe seco en mi nariz, capté el saludo.

CaballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora