segunda noche.

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El cielo grisáceo era un estupendo escenario para aquella bandada de murciélagos elevándose sobre nuestras cabezas.

Cada mañana de ese invierno, me he encontrado entre las sábanas tibias intentando reconstruir el rostro del muchacho. Desde luego ha sido un auténtico fracaso.

Puedo recordar el calor de sus dedos sobre mi piel helada, ardía. Como cuando tienes fiebre y el cuerpo te hormiguea, arde. 

Como si  fuese capaz de atravesar los tejidos con un simple toque, fundiéndose en el rubor de mis pómulos.


CaballeroDonde viven las historias. Descúbrelo ahora