1. Un no muy feliz cumple años.

868 31 7
                                    

El atronador ruido del despertador anunciando la hora de despertar es lo que me hace entrar en sí.

Me hubiese gustado quedarme entre las cálidas sabanas y cobijas que abrigaron mi flácido cuerpo durante la noche, pero el ruido es ensordecedor que me obliga a levantarme de la cama y caminar arrastrando los pies hacia el escritorio donde el despertador ha estado.

Lo apago, presionando un simple botón.

Estiro cada músculo de mi cansado cuerpo y camino hacia el cuarto de baño para tomar una ducha.
Abro la llave para que corra el agua mientras me desvisto y entro al agua. Al principio vacilo, después dejo que el agua fría me despierte. Si hubiese usado el agua caliente hubiese abierto la posibilidad de quedarme dormido por el vapor, en plena regadera.

Al salir rebusco entre mi armario ropa adecuada para el Instituto, aunque al final termino sacando unos pantalones de mezclilla del cesto de ropa sucia y alguna playera simple con mis tenis negros. Sí, en efecto, termino haciendo aquella acción la mayoría de mis días que ya es costumbre.

—¡Jake!— me grita mi madre desde la cocina—. Se te está haciendo muy tarde, ya baja.

Suelto el aire de mis pulmones, exasperado. Me cae como patada al hígado que me apuren, siempre llegaba tarde. ¿Qué más daba un día más?

—¡Ya voy mamá!— grito de respuesta—. Estoy por lavarme los dientes.

—¡Vas a desayunar! No te los laves— me ordena, mostrando irritación en la voz.

Volteo los ojos. Era costumbre que me gritara por las mañanas, era irritante. No podía acostumbrarme a aquella acción, aunque sea casi un ritual día con día.

Tomé la mochila del suelo, la colgué sobre mi hombro derecho y bajo las escaleras brincando lo más rápido que mis piernas me permiten. Sólo que en el último escalón  piso la agujeta desabrochada de uno de mis tenis y caigo de cara contra el suelo.

Fue tan espontáneo que no tuve ni tiempo de meter las manos para auxiliar mi boca.
La comisura de mis labios comienza sangrar y desprende el amargo sabor a sangre. Me siento molesto, no por dolor sino porque he estado distraído y pasar por alto el atarme las agujetas.

—Auch— gruño entre dientes. Un cosquilleo momentáneo se desata en mis labios, después un insoportable dolor.

Escucho unos torpes pasos bajar.

Mis oídos reconocieron aquella insoportable voz chillona y dejé golpear mi cabeza contra el suelo.

—Todo idiota— dijo Carolina en tono burlón—. Te perdono, levántate.

Me levanto del suelo, no por su orden sino porque tengo que hacerlo, llevo mis manos a la comisura de mis labios. Sangran y duelen.

—Feliz cumpleaños— me recuerda Anna, mi hermana pequeña.

Esbocé una sonrisa tímida y la alcé hacia arriba para después dejarla caer entre mis brazos.

—Gracias, pequeña— agradecí.

Era tan pequeña, que me dolía que fuese la primera que lo recordara y me felicitara.

—¿Qué te pasó en los labios?— Mi madre soltó un grito ahogado al notar la sangre corriendo por la comisura de mis labios. Adoptó la postura y me miró con el ceño fruncido—Estuviste corriendo en las escaleras?

Suelto el aire de mis pulmones, fastidiado.
—Sí— confieso.

Ahí viene el sermón matutino, me recuerda mi conciencia.

Treinta días y un finalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora