La encapuchada separó las manos de Marco con renuencia, como si fuera reacia a dejar el trabajo a medias. Marco se derrumbó con el cuerpo sacudido por pequeños espasmos de placer, pero como estaba atado se mantuvo derecho frente a la columna. Había rozado el éxtasis con los dedos, casi había llegado al final del camino y ahora, el anhelo por conseguirlo le ardía en las entrañas. Inhaló una bocanada de aire caliente y el perfume a jazmín y limón de Menenia se le metió en la cabeza barriendo de su mente cualquier pensamiento racional. ¡Por Júpiter! Se iba a volver loco si aquella mujer volvía a ponerle la mano encima.
—Lo has hecho divinamente, pequeña.
La esclava asintió y emitió un trémulo suspiro que regó los oídos de Marco y le provocó un estremecimiento de placer que le bajó directo a la entrepierna. Centró la atención en la desconocida para observar la piel ruborizada y erizada. El pecho subía y bajaba con rapidez a causa de la entrecortada respiración y con angustia comprobó que apretaba los muslos y se frotaba las piernas, que brillaban tenuemente. Esa chica estaba igual de excitada que él. ¿Qué significaba eso?
—Ahora, de rodillas —ordenó la mujer de ojos verdes.
Cicerón apareció de la nada para colocar un mullido cojín a los pies de Marco. La encapuchada se hizo aire con la mano y apretó los puños, como si acometer la tarea requiriese darse ánimos a sí misma. Con delicadeza, se arrodilló frente a Marco y levantó la mirada hacia los ojos del general. Él clavó la vista en ella. Prometió sacrificar al mejor semental de guerra al dios Júpiter si este enviaba un soplo de viento que le moviese la capucha para verle la cara. Tenía un cuerpo magnífico y unos muslos suaves y tiernos, blandos, que se pondrían rojos cuando los agarrara bien fuerte para abrirla y enterrarse en ella. Con sus manos encallecidas por el uso de la espada le dejaria marcas cuando la tocara y podía imaginar con mucha facilidad la manera en que sus dedos se clavarían en el cuerpo de la esclava. También podía imaginar su cuerpo sacudido por el placer y se horrorizó al comprobar que aquella idea le gustaba.
Su captora desabrochó el cuello de la túnica y retiró más tela de su cuerpo, permitiendo que Marco se recrease en la desnudez de la esclava. Le vio la garganta, un cuello esbelto y pálido y algunos mechones de cabello rubio que deseó sentir entre los dedos. Su pene vibró al descender por su torso y recrearse en los pechos generosos, el vientre y los muslos separados por los que pudo vislumbrar un poco de sexo rosado y ligeramente empapado. Contemplar a la esclava arrodillada, solícita y excitada, inflamó un deseo primitivo y desconocido para él.
Sin que estuviera preparado, la mujer retiró la capucha de la esclava y ésta parpadeó para habituarse a la penumbra. Marco sufrió una conmoción tan fuerte que por un momento creyó estar soñando. Al ver la cara de la muchacha su excitación creció varios grados más, elevándose hacia niveles insoportables y una furia desgarradora se mezcló en una combinación explosiva cuando reconoció a la esclava.
—Menenia… —susurró.
Su joven esposa bajó la mirada hasta que las pestañas le rozaron los avergonzados pómulos y tras un suspiro, levantó la vista para clavar en él dos pupilas brillantes repletas de amor y cariño.
—Marco —dijo ella con un gemido.
Su mente se enfureció pero su cuerpo se calentó al escuchar el ronco sonido su voz. El general apretó los puños, rabioso consigo mismo por ser incapaz de aplacar el deseo. No estaba listo para un golpe de efecto como este, estaba tan excitado que le dolía y descubrir a Menenia desnuda, temblorosa y ruborizada, lo puso más duro que una piedra. El deseo de separarle los muslos y clavarse en ella se acrecentó.
La desconocida se situó junto a Menenia y le pasó la mano por el cabello. Un ronroneo complaciente surgió de los labios hinchados de Menenia, un sonido que excitó aún más a Marco. ¿Por qué ver allí a Menenia no lo afectaba más? ¿Por qué, en el fondo, se alegraba de que hubiese sido ella la que lo había tocado y no otra mujer? No lo entendía, debería estar furioso, colérico. Pero estaba nervioso, excitado y ansioso por que Menenia volviera a tocarle.