Cuento 1 El bebé más adorable del mundo.

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Comprobó la cantidad de sustancia disuelta en el tubo de ensayo —«5 cm»—y sonrió complacida. Un líquido rosa fucsia se vertió después en la mezcla que hervía a fuego alto junto con otros componentes. Todo estaba en orden, exactamente igual que la última vez que lo había comprobado, sesenta segundos antes.

La persona que experimentaba con sustancias desconocidas y algunos polvos que producían una luz tenue se llamaba Anissina von Karbelnikoff y era un laberinto de contradicciones. De rebeldía y de poesía, de pasión y de melancolía por la ciencia. Algunos de sus días transcurrían íntegros en su laboratorio o en la biblioteca, donde encontraba sus preciados libros científicos o de magia, que eran los que más le gustaban, para después continuar experimentando en su laboratorio. Era lo bastante fuerte como para luchar por sus creencias, lo bastante terca como para seguir luchando cuando la causa estaba perdida, y lo bastante inteligente como para dar su brazo a torcer cuando se encontraba sin salida. Una mujer dura por fuera pero suave por dentro, sobre todo cuando se trataba de su familia, su esposo y su hijo. Y como toda madre, acariciaba dulces sueños y grandes ambiciones de que, algún día, su hijo siguiera sus pasos en el mundo del conocimiento y de la experimentación. Así era Anissina von Karbelnikoff, y en estos momentos estaba totalmente emocionada haciendo lo que más le apasionaba.

—Ahora va el último ingrediente —dijo en voz alta, a solas en medio de las cuatro paredes que conformaban su laboratorio.

Luego miró el libro que descansaba sobre la mesa, un viejo libro de pócimas mágicas, lo tomó y comenzó a revisarlo. Se había propuesto no cometer errores esta vez.

—A ver, un poco de polvos de inocencia, cinco centímetros de extracto de pureza, un cuarto de taza de ternura, una hoja del té de la alegría y finalmente...

Levantó su brazo y observó victoriosa el frasco que contenía su última adquisición.

—¡Cinco gotas de la fuente de la eterna juventud! —exclamó para, de inmediato, agregar dicho ingrediente a la olla, acción acompañada por escalofriantes carcajadas de júbilo. La pócima estaba completa—. Ahora solamente debo buscar a alguien que lo pruebe —musitó con un brillo de malicia en los ojos.


El bebé más adorable del mundo.


—~MAL AUGURIO~— Un ave de plumas azules y gran pico sobrevolaba las torres del Castillo Pacto de Sangre diciendo—:~MAL AUGURIO~ —Cuando eso sucedía, seguramente nada bueno pasaría.

Wolfram von Bielefeld, esposo amado de Yuuri Shibuya y actual Rey Consorte de Shin Makoku, notó que el estómago le hacía ruidos y miró a través de la ventana deseando salir de su oficina. Se moría de hambre, casi literalmente. Una parte de él odiaba que ahora su firma tuviera un valor equivalente a la del Maou sólo por haber sido coronado como «Rey Consorte». Ahora le correspondía la mitad del trabajo y hasta tenía una oficina propia con su respectivo secretario personal: Su hermano mayor, Gwendal. Que aunque lo consentía demasiado y le hacía la mitad del trabajo, también tenía funciones que cumplir como General de las tropas del Maou, tal era el caso de esa mañana.

Se pasó una mano detrás de la nuca y movió la cabeza de un lado a otro para estirar los músculos, luego echó un vistazo a los papeles que le quedaban por firmar. ¡Ah, por fin le quedaban pocos, seguramente Yuuri se había quedado con la mayor parte de ellos, como solía hacer para consentirlo a su manera! Y por supuesto que él sabía cómo compensarlo de una manera gratificante para ambos en la intimidad de su habitación. Sonrió.

De improvisto, la puerta se abrió y su cuñada entró con algo entre las manos. Wolfram lo observó por un momento, desvió la vista y volvió a observarlo. «Una bebida de color extraño» Acostumbrado a confiar en su instinto, tenía plena certeza de que tenía que huir del allí pronto, pero el saber cómo debía actuar era cosa muy distinta.

La caótica vida de la familia realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora