El bebé más hermoso del mundo II parte

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Dicen que en la vida ocurren cosas inexplicables. Vivir con Anissina von Karbelnikoff es tener que acostumbrarse a ello.

En el centro de una enorme mesa en medio del salón de reuniones yacía un bebé ataviado con las ropitas de Allan que se habían conservado de recuerdo. El conjunto consistía en un overol de algodón azul, blusita blanca de revuelos, calcetines blancos de revuelo, zapatitos azules y un gorrito de osito de felpa. Toda una monada. El bebé más hermoso que se había visto en el castillo en mucho tiempo. Tenía unos enormes ojos verdes con largas pestañas que cuando te veían directamente te hipnotizaban y derretían el corazón, y sus rizos dorados le caían graciosamente por el contorno de su carita redondita de mejillas sonrosadas. Su sonrisita era un como un imán de miradas y atenciones, y cualquier gesto que hacía con su pequeña boquita o con sus diminutas manos resultaba adorable.

Si, el hermoso bebé no podía ser nadie más ni nada menos que el Rey Consorte de Shin Makoku; el atractivo Wolfram von Bielefeld.

El bebé más hermoso del mundo II parte

Presa de una energía nerviosa, Yuuri se paseaba de un lado a otro como león enjaulado a lo largo del amplio salón de reuniones, aún estaba tratando de entender lo que estaba pasando. Una mesa larga estaba en el centro con varias sillas delante, cuyos ocupantes eran todos los miembros de su familia y allegados, que a su vez no apartaban la mirada del bebé que estaba sentado en medio de ésta.

La causante de sus constantes dolores de cabeza estaba sentada frente a él, revisando su libro de magia.

—¡Convertiste a mi esposo en un bebé, Anissina! —repitió Yuuri por enésima vez para hacer hincapié en la gravedad del asunto, casi sin aliento y temblando de manera visible.

La inventora miró al rey por encima del libro en el que estaba sumergida antes de asentir débilmente con la cabeza. Se había refugiado tras un escudo de indiferencia para evitar contestar a su incansable interrogatorio. Era mejor quedarse callada, el Maou estaba muy serio aquella mañana y eso no era bueno.

—¿Y ahora qué?, no pienses que permitiré que mi esposo se quede así... eso sería...

Yuuri abandonó por un momento sus intentos de obtener respuestas y en vez de eso se imaginó su vida unido en matrimonio con un bebé que era incluso más pequeño que sus hijos. En dado caso, cuando Wolfram volviera a cumplir la edad necesaria para casarse, él ya se habría convertido en un hombre de edad muy madura. ¡Santo cielos! El mero hecho de imaginarlo le había causado una leve taquicardia.

—¡Ahhh! —Con el grito se llevó ambas manos a la cabeza—. ¡Eso suena tan descabellado!

—Descuide, debe haber una manera de reinvertir el hechizo —musitó Anissina sin despegar su vista de las páginas del libro. Yuuri expelió un suspiro de frustración.

Gwendal tenía un semblante totalmente serio, sin terminar de creérselo. Cuando finalmente habló, había un tono de resignación en sus palabras.

—¿Y qué era realmente lo que querías lograr?

—Comunicarme con los infantes —le respondió su esposa—. Juro que revisé los ingrediente cientos de veces, no entiendo que pudo haber salido mal.

—Nada te salió mal, madre —dijo Gerald con aquella manera de hablar tan clara e intelectual que tenía, al tiempo que se ajustaba los anteojos—. La pócima funcionó, sólo que malinterpretaste los resultados. El tío Wolfram puede, efectivamente, entender a un infante porque él es uno de ellos. De eso se trataba desde el principio.

—Ahora entiendo —secundó Hilda, la esposa de Conrad. Todas las miradas se posaron en la muchacha de corto cabello rosa y ojos color fucsia—. Es porque a esa edad uno está en pleno aprendizaje, se aprenden patrones de conducta y se imitan comportamientos. No se posee un lenguaje en concreto todavía.

La caótica vida de la familia realDonde viven las historias. Descúbrelo ahora